Les Travaux de Mars ou l’Art de la guerre (1671) - Libro VI

Serie DE LA DÉFENSE DES PLACES À LA POUSSÉE DES TERRES (De la defensa de las plazas al empuje de tierra) - Primera parte

Por: Santiago Osorio R.


… Viene del Libro V

Contenido del Libro VI

  • El asedio y las murallas en la Antigua Grecia
  • El arte de las fortificaciones
  • Los trabajos de derribamiento
  • Las murallas
  • Las partes de una muralla
  • La construcción de las murallas
  • Los materiales de las murallas
  • El muro de tepes
  • El muro de fajinas
  • El mortero

El asedio y las murallas en la Antigua Grecia

La poliorcética, o arte del asedio, de la conquista (y por extensión, de la defensa) de las plazas fuertes, se originó durante la Antigua Grecia (Figura 80). Este tipo de asedios se originaron a partir del momento en el que se sobrepasó el estadio del mero sitio mediante un desarrollo excepcional de las técnicas militares, que apenas fueron llevadas más allá durante la Edad Media, hasta la invención de las armas de fuego. La importancia de las técnicas de asedio se debió al aumento del papel estratégico de la ciudad en detrimento del territorio en la defensa global de la polis.

Figura 80. Muralla de Micenas desde la Puerta de los Leones
Figura 80. Muralla de Micenas desde la Puerta de los Leones

Dejando aparte la tablilla de Micenas, en la que se ven honderos, arqueros y lanzadores de piedras librar una batalla bajo los muros de una ciudad, la descripción de Homero del asalto lanzado en carro por los troyanos contra el campamento fortificado de los aqueos, y la anécdota del Caballo de Troya, nada hay, excepto las fortificaciones descubiertas por los arqueólogos, que nos informe sobre la evolución de la poliorcética griega antes de finales de la Época Arcaica. Desde el Neolítico, las preocupaciones defensivas presiden la organización del plano urbano. Más que mediante la construcción de recintos fortificados, de extensión y tamaño muy limitados, se puede observar la adaptación de la propia arquitectura civil para fines militares: las calles son estrechas y tortuosas, mientras que los muros de las casas, sobre todo en los límites de las aglomeraciones, se refuerzan en ocasiones para servir de murallas. Este sistema de protección, a pesar de su apariencia rudimentaria, es de una gran eficacia y permite sacar el mejor partido, con los menores esfuerzos, de los accidentes del terreno. En el siglo IV a.C. todavía será recomendado por Platón, en Leyes, que se preocupa por no separar topográficamente del marco ordinario de la vida privada el dispositivo de defensa colectiva, para incrementar así la combatividad de los ciudadanos.

La autonomía estructural y el poderío arquitectónico de los recintos amurallados tendieron, no obstante, a reforzarse en el trascurso del primer milenio a.C., dado el progreso de las técnicas de construcción, el enriquecimiento de las comunidades y la concentración de recursos sociales en manos de las aristocracias palaciegas; puede que también por influencia de los hititas, que por esas fechas ya se habían forjado una reputación de expertos en fortificaciones. Fue entre mediados del siglo XIV a.C. y finales del XIII a.C. cuando las acrópolis micénicas, a la sazón residencias reales, se rodearon de imponentes murallas de bloques ciclópeos, más o menos bien labrados y colocados sin mortero. Su anchura variaba entre los 4 y los 17 m, y su altura entre los 4 y los 9 m. Su trazado se verá determinado generalmente por la orografía, pero en ocasiones también se dividía en cortas secciones rectilíneas separadas por pequeñas descolgaduras, como en Gla, lugar situado en una isla del lago Copaide de Beocia. Las aberturas eran escasas: cuatro puertas en Gla, una puerta y una poterna en Micenas, Tirinto y Atenas, generalmente provistas de una rampa de acceso paralela a la muralla y flanqueada además por resaltos macizos que formaban un antepatio, como en Tirinto, o por torres, como en Micenas, Atenas y Gla (Figura 81).

Figura 81. Acrópolis de Micenas
Figura 81. Acrópolis de Micenas

Las puertas eran, como es evidente, los únicos puntos débiles del perímetro fortificado; de ahí las excepcionales precauciones tomadas para obligar al asaltante a presentarse ante ellas en una posición desfavorable, por su lado izquierdo, que no estaba protegido por el escudo y expuesto a las armas de los defensores. Era más bien sitiándolas como se podía esperar apoderarse de esas fortalezas, en las que probablemente se refugiara la población del territorio; por ese motivo, los constructores tomaron a menudo la precaución de acondicionar galerías subterráneas que conducían a fuentes de agua situadas al pie de la muralla.

Luego del siglo V a.C. se produjeron algunas modificaciones en el arte de las fortificaciones y en los procedimientos de asedio. Lo más importante en las edificaciones urbanas, que se incrementaron notablemente a partir de la época arcaica, era su valor estático, el aspecto pasivo de su poderío; formadas por una estructura de ladrillos secados al sol, cimentados por lo general sobre una base de piedras aparejadas, con escasas aberturas y dotadas de algunas torres cuadradas de flanqueo (sobre todo en las proximidades de las puertas), es evidente que no fueron concebidas para resistir un asalto en toda regla. Los sitios fueron hasta la guerra del Peloponeso, el método de asedio más extendido y eficaz. Una vez construido un muro de contravalación (trinchera o línea de defensa) de ladrillos sin cocer o de piedras puestas en seco, en ocasiones completado en dirección al exterior con otro de circunvalación, a los sitiadores no les quedaba más que mantener la guardia, recurrir a sus reservas y armarse de paciencia; así se reconocía la incapacidad para forzar la entrada de la ciudad, imposibilidad que dejaba ver la renuencia a asumir un riesgo semejante debido a que lo esencial del conflicto era el control del territorio.

Los trabajos de derribamiento

A diferencia de las máquinas de asalto, los trabajos de desmonte y de zapa nunca cayeron en desuso. La construcción de un terraplén de asalto durante la Antigüedad se hizo siempre del mismo modo: con los materiales que había a mano y procurando que la calzada no pudiera venirse abajo durante el asedio. En el 429 a.C., delante de Platea, los peloponesios

... con los troncos que cortaron en el Citerón, se pusieron a construir por los dos lados del terraplén, entrecruzándolos a modo de muro de paramento, para impedir que el terraplén no se desparramara demasiado; adentro acarrearon fajinas, piedras, tierra y todo lo que se pudiera amontonar de un modo eficaz. Estuvieron terraplenando durante setenta días y setenta noches sin interrupción, distribuidos en turnos, unos llevando materiales mientras los otros dormían o comían; y los jefes lacedemonios que estaban asociados al mando de las fuerzas, los obligaban al trabajo.

Con las zapas y las minas se pretendía provocar el derrumbamiento de la muralla o del terraplén de asalto enemigo y proporcionar a los asaltantes una vía de acceso al interior de la plaza fuerte. Los griegos recurrieron a ellas desde mediados del siglo V a.C., y después, durante la Guerra del Peloponeso, por lo menos por parte de los defensores.

El arte de las fortificaciones

A partir del siglo IV a.C., las fortificaciones griegas dejaron de tener valor exclusivamente por su poderío estático. En adelante, fueron concebidas de manera que incrementaran la potencia de fuego y favorecieran las intervenciones ofensivas de los asediados en la cercanía de las murallas. Este resultado se alcanzó, en concreto, mediante la excavación de fosos defensivos y la construcción de antemuros delante de las murallas, mediante el vaciado de las torres de muralla, gracias a la invención del trazado en cremallera y en dientes de sierra, así como aumentando el número de poternas. Solo durante los dos siglos siguientes se difundieron en la arquitectura militar ideas nuevas, que pretendían la diversificación y la articulación de los medios de defensa a ras de tierra y en altura. En adelante, la menor masa de las murallas y de las obras defensivas dejó de ser un obstáculo para los asediados. Su utilidad pasó a ser la de la táctica que materializaban. Se pasó de una arquitectura ponderal a una arquitectura de movimiento.

El arte griego de las fortificaciones alcanzó su culmen en Siracusa en tiempos de Arquímedes, cuyo ejemplo de fortaleza helénica lo representa el castillo de Euríalo. Selinunte presenta, en la primera mitad del siglo III a.C., una versión simplificada de los fosos y bastiones siracusanos.

El reemplazo del remate almenado por un alto parapeto lleno de ventanas e incluso la transformación del camino de ronda en una galería parcial o totalmente cubierta están atestiguados en Heraclea del Latmos y en Atenas desde los últimos años del siglo IV a.C. y vuelven a aparecer, con una forma más elaborada, en Sida, Panfilia (sur de Asia Menor) en la primera mitad del siglo II a.C. La capacidad de las torres para atacar de flanco, sobre todo cerca de las puertas, se incrementó tanto por el desarrollo de su potencia como por la adopción de varias plantas variadas: pentagonal, hexagonal, en forma de herradura o de un concepto incluso más inteligente. Son ejemplos de innovaciones técnicas que siguen las enseñanzas de Filón de Bizancio, y cuya importancia se puede apreciar en el hecho de que continuaron siendo útiles, con algunas mejoras, hasta finales de la Edad Media.

Las murallas

Los primeros muros se hicieron para fabricar de terrazas en terrenos pedregosos con pendiente para uso agrícola, levantando bajos muros en piedra mampuesta recuperada por la erosión del suelo, y que se construyeron para combatirla. Evolucionaron a la construcción de terrazas que reciben edificios, levantados en muros macizos de mampostería pulida de bloques de piedra. Murallas en tierra se encuentran en las excavaciones arqueológicas de varias antiguas civilizaciones. Tan pronto como el hombre se volvió sedentario hacia el final del décimo milenio a.C., se dedicó a construir defensas levantando obstáculos que eran difíciles de escalar. Estas construcciones defensivas fueron seguidas de monumentos con finalidad religiosa inspirados en el mito de la ascensión a los cielos.

Lo que ahora llamamos la pendiente natural de las tierras no pudo escapar a los primeros constructores de Mounds en el valle del Mississippi y de Teocallis en las tierras altas de México. Tratando de levantar colinas y pirámides de tierra, observaron, por supuesto, que la arena se mantenía en un ángulo “más pequeño que la arcilla; que la arena y la arcilla, cuando están secas, no podían conservar las pendientes que se le habían dado cuando estaban húmedas”. Los fenómenos, actualmente clasificados como efectos de Fricción (o desgaste), Cohesión y Adhesión de las Tierras, ocurrieron en presencia de los contemporáneos del Ursus speloeus, exactamente como antes de la generación, que se enorgullece de sus prodigiosas victorias con vapor y electricidad; sólo el hombre de esa época, empujado por el hambre, acorralado por el frío, abusado por todo tipo de mal tiempo; en lucha incesante con las fieras y enrojeciendo a las tribus circundantes; infeliz, ni siquiera tuvo tiempo de crear nombres para los hechos que presenció.

Parece que los primeros ejemplos de la idea de proporcionar un soporte vertical para una masa de materiales se encuentran entre los monumentos megalíticos de la costa atlántica de Europa: un ejemplo típico es el Newgrange Cairn en Irlanda, erigido en el cuarto milenio a.C. Tenía la forma de un tambor con un diámetro de 82 m y lados verticales de 4,20 m de altura formados por piedras verticales elevadas plantadas una al lado de la otra en la tierra hasta una altura de 1,20 m y coronadas por una mampostería sin mortero. Esta estructura de contención encerraba una masa de piedras redondeadas extraídas del lecho de un río cercano. Los constructores se dieron cuenta rápidamente de las presiones que existían en sus muros y buscaron formas de reducirlas. Se observa evidencia de tales esfuerzos en dos técnicas muy diferentes que se encuentran en monumentos construidos a miles de kilómetros de distancia ya en el cuarto y tercer milenio a.C.: una es la inserción de esteras horizontales y la otra es la técnica de compartimentos.

En Mesopotamia, los jardines colgantes de Babilonia se construyeron dentro de murallas; en las orillas del Éufrates se levantaron estos famosos jardines colgantes, para dar a Semiramis una agradable semejanza con las verdes colinas del favorito Bactriana. Las principales ciudades antiguas estaban rodeadas de muros que tenían rellenos colocados contra sus caras internas. Los romanos construyeron fortificaciones y muros de puentes. Algunas de estas estructuras de contención de tierra han resistido el paso del tiempo. Se cree que estas estructuras fueron, muy probablemente, construidas a partir del conocimiento obtenido de estructuras previamente fallidas, reglas generales o incluso prototipos a pequeña escala. Se considera que el diseño de muros de contención comenzó con la construcción de fortificaciones militares, donde la masa de tierra detrás de sus murallas probablemente causaba menos angustia que las balas de cañón que las impactaban y las sobrecargas producidas por las maniobras militares (Figura 82).

Figura 82. Elementos de un castillo (izquierda). Elementos de una fortificación abaluartada en el tratado de Cristóbal de Rojas Teórica y práctica de fortificación, conforme las medidas y defensas de los tiempos (1598) (derecha)
Figura 82. Elementos de un castillo (izquierda). Elementos de una fortificación abaluartada en el tratado de Cristóbal de Rojas Teórica y práctica de fortificación, conforme las medidas y defensas de los tiempos (1598) (derecha)

Los griegos defendieron desde la antigüedad sus ciudades con murallas, de las cuales las más antiguas dieron lugar a los recintos fortificados llamados acrópolis. En el período helénico, las murallas en las nuevas ciudades aparecen en el siglo VI a.C.; hecho tardío pues la población se refugiaba en las acrópolis o en una fortaleza en caso de peligro. Las fortificaciones eran tan caras en Grecia que superaban los recursos de muchas ciudades-estado. Hay que tomar en consideración los agujeros que forzosamente tenían que aparecer en la base de la muralla, como la evacuación de aguas, diseñándolas para ser lo más pequeñas posible y poco visibles. Así mismo se elevaban taludes en las esquinas para evitar los ángulos muertos en la visión, lo cual afectaba a la altura de los paramentos.

El arquitecto francés Pierre Bullet (1639-1716), alumno del arquitecto e ingeniero de fortificaciones François Blondel (1617-1686), fue el primero que intentó construir una teoría del terreno en su famoso tratado Architecture pratique, qui comprend la construction … publicado por primera vez en 1691 y que contó con seis reediciones revisadas y aumentadas a partir de 1755. Bullet asumió que el suelo estaba compuesto de esferas ideales. Respecto del dimensionamiento indica:

La tercera cosa que debe tenerse en cuenta en la construcción de murallas y muros de terrazas es saber cómo darles un espesor adecuado en proporción a la altura del suelo que deben retener... Esta regla aún no ha sido dada por ningún escritor de Arquitectura, ya sea civil o militar.

Las prácticas militares y de ingeniería civil a mediados del siglo XVII en Francia eran más avanzadas que las de otros países. Las tablas de Vauban para las dimensiones del muro de fortificación y el manual de ingeniería de Bélidor eran de uso común. Sin embargo, estos métodos de diseño se basaron en reglas generales y no tuvieron en cuenta las propiedades reales del suelo. Aunque estas teorías se basaron en experimentos cuestionables y supuestos geométricos, permanecieron en su mayoría sin respuesta hasta finales del siglo XVIII. Coulomb (1776) defendió cortésmente los conservadores diseños de Vauban con la afirmación: “Este aumento de la resistencia no debe ser considerado como superfluo en fortificaciones, donde los muros exteriores no deben ser derrumbados por el primer disparo de cañón.”

En Venecia, en 1559 apareció en italiano y dedicada a Alfonso d’Este, la publicación Due libri di M. Giacomo Lanteri di Paratico de Brescia del modo di fare le fortificatione di terreno in torno alla Città et alle Castelli per fortificare, que afirma:

Y aunque esta carga de construir un muro es más probable que sea de un ingeniero que de un soldado no importaría, sin embargo, que el soldado también sea un experto en esta parte a la hora de entender la forma de estudiar la tierra.

Las murallas constituían el objeto a demoler mediante el ataque por parte de los agresores y eran fundamentales para la actuación de los defensores e incluso sobre sus piedras se producía la costra de la que era posible extraer el salitre, materia prima en la elaboración de la pólvora. El concepto de muralla varía con el tiempo y en los diferentes tratados se aprecian distintos niveles de comprensión: desde el muro simple que envuelve a la pequeña villa medieval, hasta un laberíntico conjunto de obras que se defienden entre sí, unas a otras. Son estas las que exigirán de los arquitectos e ingenieros militares un cuidado cada vez mayor y una extensa producción de teorías encaminadas a solucionar sus problemas:
  • Conformación de una base firme ante los distintos grados de compactación de los suelos.
  • Estabilidad frente al vuelco por efecto del empuje del terraplén.
  • Solidez ante las agresiones de las balas de los atacantes.
  • Compactación de los mampuestos (ladrillos, piedras o tepes) y terraplenes para evitar la permeabilidad generada por su inclinación.

Las partes de una muralla

Los principales elementos de una muralla se describen a continuación (Figura 83):
  1. Un terraplén o volumen de tierra compactada que constituía la masa de la muralla. Este podía consolidarse mediante el empleo de haces de ramas llamados faginas, o de pequeños bloques de césped llamados tepes, que con sus raíces y fibras permitía un aceptable grado de unión entre sus piezas con la ayuda adicional de pequeñas estacas.
  2. Un recubrimiento o camisa, que podía hacerse de piedras (en piezas pequeñas o en sillares), ladrillos, los mismos tepes o incluso tapiales. Uno de los temas de mayor polémica entre los tratadistas a lo largo de muchos años será precisamente el de determinar cuál de todos ellos resultaba más conveniente.
  3. Unos elementos de apoyo o contrafuertes que, empotrados en el terraplén, contrarrestaban los empujes que éste hacía intentando producir el vuelco del paramento exterior.

Figura 83. Perfil de la muralla y terraplén de una fortificación (izquierda). Elementos de la muralla: 1- Escarpe, 2- Contrafuertes, 3- Relleno de tierra (derecha)
Figura 83. Perfil de la muralla y terraplén de una fortificación (izquierda). Elementos de la muralla: 1- Escarpe, 2- Contrafuertes, 3- Relleno de tierra (derecha)

La construcción de las murallas

Los conocimientos requeridos para la construcción de una muralla eran los siguientes (Figura 84):
  • Materiales: piedra, ladrillo, arena y cal (estos dos últimos para hacer morteros). En este tema van a ser muy útiles los conceptos emitidos por Vitruvio.
  • Tipos de cimentaciones sobre los que poder apoyar tan grandes volúmenes de obra (camisa - contrafuerte - terraplén). Valga la pena decir desde ahora que la más común de las cimentaciones fue la basada en el empleo de pilotes de madera, sobre la que algunos autores incluyen detalladas explicaciones.
  • Propiedades mecánicas de las estructuras abovedadas: siendo los arcos de mampostería muy útiles en la tarea de reforzar la estabilidad de los paramentos de los muros, y como elemento de unión entre los contrafuertes de la muralla. Los tratadistas demuestran un interés sobre ellos que irá creciendo a medida que nos acercamos al siglo XVIII, cuando, con el desarrollo del poder destructivo de las balas de cañón, una nueva preocupación buscó respuesta en la técnica constructiva que hacía resistentes los almacenes de pólvora construidos mediante arcos que soportaban altas e inclinadas cubiertas. Este interés, casi exclusivo de los tratadistas de este siglo, habría de generar varias teorías acerca del dimensionado de estribos de arcos y bóvedas, lo que se expresa en las numerosas páginas de los libros franceses y españoles.

Figura 84. Construcción de una muralla. Figura 1: Planchas XVII y XVIII del libro de Sebastián Fernández de Medrano, El Arquitecto Perfecto en el Arte Militar. Amberes: H. & C. Verdussen (1708)
Figura 84. Construcción de una muralla. Figura 1: Planchas XVII y XVIII del libro de Sebastián Fernández de Medrano, El Arquitecto Perfecto en el Arte Militar. Amberes: H. & C. Verdussen (1708)

Las principales recomendaciones geotécnicas para la construcción de las murallas eran:
  • Ante las dificultades que planteaban suelos distintos, la cimentación se resolvía como regla general mediante el empleo de pilotes de madera, hincados de tal forma que, dejando salidas sus cabezas, se unían mediante vigas horizontales clavadas a la manera de un “enrejado” para luego llenar los espacios vacíos mediante revoltones de piedra o ladrillo mezcladas con mortero. Sobre este plano se disponía una capa de lajas de piedra, constituyendo un plano base de donde arrancaban las bases de la muralla y los contrafuertes. Ejemplos de esta explicación pueden verse en Manesson Mallet (1672) y Marolois (1614).
  • El terraplén o volumen de tierra había de estar compactado constituyendo la masa efectiva de la muralla, siendo los contrafuertes los elementos dispuestos para contrarrestar su empuje hacia el exterior. El terraplén podía consolidarse mediante el empleo de haces de ramas llamados fajinas (faginas), o de pequeños bloques de césped llamados tepes, que con sus raíces y fibras permitía un aceptable grado de unión entre sus piezas, con la ayuda adicional de pequeñas estacas. El uso de uno u otro material venía dado por las condiciones naturales del emplazamiento y la proximidad del sitio a las fuentes de las materias primas. La ejecución del terraplén constituía sin duda una de las labores más dispendiosas, siendo necesario que el ingeniero pudiese calcular con precisión los volúmenes de tierra a remover, generalmente del foso, para luego transportar y apilar dando forma al terraplén.
  • El recubrimiento o camisa, era quien protegía la cara exterior del terraplén, pudiendo hacerse de piedras (en piezas pequeñas o en sillares), ladrillos, e incluso tepes y tapiales, y de su unión dependía la permeabilidad del conjunto, la misma que, una vez en el terraplén, esponjaba la tierra produciendo un empuje hacia el exterior que en muchas ocasiones terminaba por volcar el muro.
El terreno sobre el cual se había de edificar no siempre correspondía con la mejor de las alternativas posibles. De Ville (1628), por ejemplo, considera varias tipologías: montañosos, rocosos, gravillosos, arenosos, pantanosos y con arcilla. Los dos primeros, según él, podrían ser buenos para cimentar, pero incapaces de suministrar la tierra necesaria para las obras: 

En las montañas y peñascos se encuentran pocas fuentes de tierra y lo que hay demás son piedras revueltas, que no son precisamente la más apropiadas para realizar las obras. Aquellas que sirven para fortificar en estos lugares se deben resolver carreteando la tierra de lugares más próximos donde la hubiese (1628, pp. 19-20).

El terreno gravilloso, por su parte, no ofrecía mayores ventajas, tanto por la baja cohesión entre las piedras como por los efectos del impacto de cañón sobre obras construidas con este tipo de tierras. El terreno arenoso no era tampoco mejor que el anterior, contrario al pantanoso, que consideraba de mayor utilidad pues, aunque requería ser excavado en tiempo de verano y cimentarse con pilotes, poseía tierra gruesa, la cual es manejable y con la que se pueden construir las murallas (Figura 85). Finalmente, concluye que el mejor terreno era el arcilloso, por su resistencia y maleabilidad, y recomendaba así aumentar su cohesión mediante el uso de faginas y maderas, lo que era una práctica común en las naciones del Mediterráneo y los Países Bajos.

Figura 85. Dibujos de comienzos del siglo XVIII que describen la construcción de las murallas
Figura 85. Dibujos de comienzos del siglo XVIII que describen la construcción de las murallas

Y ante las dificultades que planteaban suelos distintos, la cimentación se resolvía como regla general mediante el empleo de pilotes de madera. Cataneo (1584) explica los temas relativos a la construcción de cimientos usando el baluarte como elemento de referencia a partir del cual se permite generalizar el conjunto de la edificación; en las ilustraciones que enseña la construcción progresiva están siempre sujetas a la escala de la parte y no del todo. El primer caso es cuando el terreno es húmedo, y se resuelve cimentando, mediante pilotes hincados, en el área que han de ocupar las murallas, sobre cuyas cabezas se dispone de una mezcla de piedras y mortero de cal hasta formar una base horizontal firme (Figura 86). En el segundo caso, cuando el suelo es arenoso, se disponen los pilotes de forma horizontal a la manera de un doble emparrillado o enrejado.

Figura 86. Sección de muralla de defensa de Cristóbal de Rojas (1598)
Figura 86. Sección de muralla de defensa de Cristóbal de Rojas (1598)

El mallorquino Vicente Mut (1614-1667) (1664) hace, por ejemplo, una descripción detallada de las variantes constructivas de un terraplén en función del tipo de recubrimiento que habría de protegerlo. Así, aun cuando la camisa fuera de piedra o ladrillo, el terraplén debía levantarse con algunos meses de anticipación, a fin de que la tierra se compactara y no produjera empujes por deformación a la fábrica. Tal compactación se hacía mejor si se ponía la tierra por capas húmedas y apisonadas hasta por lo menos los dos tercios de su altura. En caso de usar piedras para el recubrimiento, éstas debían ser blandas con el fin de minimizar los efectos que sufrían frente a las balas de los cañones enemigos. Y si la muralla se hacía de tepes, estos debían ser de tierra gruesa, cortados en forma de cuña y colocados alternadamente a la manera de un opus incertum de la construcción romana (Figura 87).

Mut resalta la propiedad más importante de los tepes, que es su posibilidad de unión mediante las raíces de las hierbas que posee:

Algunos modernos ya desconfian de la union de tepes; y assi como van levantando el Terrapleno, le viste de tierra muy pingue bien apissonada; echa agua sobr su cara exterior, y quando está muy humedecida, esparzen mucha semilla de qualquier yerva, ò gramen; y luego allanan toda la superficie de aquella tierra, que desta suerte encrostada, queda mas unida (1664, p. 96).

No se detiene mucho en el tercer caso, cuando la muralla se hace de tierra y fajinas; pero, a cambio, introduce una variante que seguramente conocía bien: la construcción con tapial, mediante el empleo de tablas que servían como moldes deslizables (Figura 87).

Figura 87. Frontispicio de Opera Mathematica de Samuel Marolios (1614) (izquierda). Fajinas y tepes en un terraplén (centro). Terraplén en tapial (derecha)
Figura 87. Frontispicio de Opera Mathematica de Samuel Marolios (1614) (izquierda). Fajinas y tepes en un terraplén (centro). Terraplén en tapial (derecha)

Los materiales de las murallas

Según Pedro de Lucuze (1692-1779) en su “Tratado 4º de la fortificación” en Curso matemático (Barcelona, 1761), las murallas pueden hacerse de piedra, ladrillo, tapia, fajinas, adobe y tepes; ordenados del más durable al menos durable frente a la intemperie y en los que su resistencia frente a los impactos de cañón es inversa a la durabilidad. Los muros de piedra se comportan peor frente a los cañonazos que los de ladrillo debido a la menor presencia de juntas y a la resistencia de sus materiales. Algunos autores afirman que los muros de ladrillos poco cocidos añaden mayor plasticidad al conjunto. Los muros que mejor resisten los impactos de cañón son los que están construidos de tierra cruda que, a largo plazo, son los que más problemas de durabilidad presentan. Sobre la disponibilidad y calidad de los materiales, Vicente Mut (1664) afirma en su texto que “la materia de las fortificaciones ha de ser la que mejor diere el país" y que por ello, hay que saber cuál de las distintas técnicas tiene mayor disponibilidad y calidad de recursos en el territorio en el que se levantan las estructuras. Cristóbal de Rojas (1598) defiende ciegamente los muros de ladrillo frente a los de piedra, y Vicente Mut apoya que hay zonas en las que la piedra local es una arenisca muy duradera pero suave que permite que las balas se embeban en ellas y, en este caso, es muy adecuado su uso.

Los tratados de fortificaciones mencionan cuatro tipologías de secciones, sin considerar los materiales (Figura 88):
  • Fábrica de casa-muro o mampostería,
  • Muros con contrafuertes,
  • Muros con contrafuertes terraplenados y
  • Muros de tierra.
La obra más rudimentaria sería la de fábrica de casamuro. En la fortificación moderna no se da este caso. Estos muros son simplemente eso, un muro elevado en vertical sin ningún tipo de arriostramiento en perpendicular a su plano. Los muros con contrafuertes y terraplenados son más comunes en los tratados. Ese terraplenado mejora la respuesta frente a impactos y permite el paso por la parte superior reduciendo la necesidad de un muro más ancho. Sin embargo, los contrafuertes en esta tipología podrían obviarse ya que el terraplenado cumple su función. El más común, sencillo y económico es aquél en el que la sección de terraplén cumple la función de muro y está ejecutado por completo de tierra, comúnmente obtenida de la excavación del foso. El espesor de la sección, al ser solo de tierra, debe trabarse, reforzarse o protegerse de alguna manera. Por esto, se ejecuta este terraplenado alternándolo en su sección con fajinas o ramas secas, mezclando semillas en su masa (Mut, 1664) o protegiéndolo de la intemperie con un fino revestimiento en su cara exterior bien con piedra, ladrillo, morteros o tepes (Lucuze 1761). La ejecución de este tipo de muro puede realizarse elevándose directamente sobre el terreno. Ningún tratadista habla de cimentación para este tipo de muros. Tan solo el Padre Vicente Tosca (1712) se refiere a ello y recomienda rebajar el terreno un palmo para trabar el arranque.

Figura 88. Tipos de murallas. (a) Fábrica de casa-muro, (b) Con contrafuertes, (c) Con contrafuertes en terraplén y (d) En tierra (tepes y fajinas)
Figura 88. Tipos de murallas. (a) Fábrica de casa-muro, (b) Con contrafuertes, (c) Con contrafuertes en terraplén y (d) En tierra (tepes y fajinas)

Vicente Mut recomienda que la construcción de muros con piedra se haga mediante mampostería con verdugadas de sillería y, en un término medio entre el ladrillo y la sillería, Lucuze habla en su tratado de construir los muros de piedra con sillarejos, con lo que consigue aumentar la cantidad de juntas y, junto con ello, la plasticidad del conjunto frente a impactos de cañón.

El muro de tepes

Los tepes son comúnmente definidos como cuñas o paralelepípedos de tierra con vegetación (gramíneas) en su cara superior, extraídos del terreno mediante el uso de una pala o azadón (Figura 89). Mientras se va elevando el terraplén se van colocando en el exterior los tepes, regándolos, esparciendo simientes sobre ellos y trabándolos con ramitas clavadas. Estos terrones se colocan con la vegetación en la parte exterior del muro formado íntegramente por el terraplén de tierra ayudando a mejorar la cohesión del terreno, así como la durabilidad del mismo frente al efecto de la intemperie (Figura 88 (d)). La ventaja de esta técnica es la gran capacidad de absorber los impactos de las balas de cañón que tiene el paramento exterior.

Vicente Mut (1664) advierte que no en todos los sitios los tepes se obtienen con gran facilidad. La consistencia del terreno y los tipos de vegetación son variables que pueden alterar la calidad de los tepes extraídos. Si no hay disponibilidad de prados con las especies vegetales adecuadas, recomienda usar las disponibles en la zona humedeciéndolas y aplicándoles paja para mejorar su consistencia, a modo de adobes. En cuanto a su colocación, coincide con Pedro de Lucuze (1761) y recomienda que se "coloquen contrapeando las juntas entre las distintas hiladas de tepes y que para mejorar la unión entre ellos se esparzan semillas de hiervas y gramíneas y, si fuera necesario, clavar estacas de sauce". Mut finalmente recomienda que para impermeabilizar se le aplique un mortero de cal a la superficie.

Figura 89. Forma de un tepe (izquierda). Colocación en la muralla (centro). Muralla en tepes (derecha)
Figura 89. Forma de un tepe (izquierda). Colocación en la muralla (centro). Muralla en tepes (derecha)

El muro de fajinas

Las fajinas son fardos de ramas secas y mieses firmemente atados y compactos que se van alternando con capas de tierra compactada para elevar un muro. Mientras que Lucuze las considera fardos de ramas, Cristóbal de Rojas las define como fardos de varas de cuatro dedos de grueso (Figura 16 (derecha) en el Libro I).

Lucuze describe la ejecución de este tipo de muros con fardos de 7 a 8 palmos de largo y 1 palmo de grueso, colocados en una primera capa en contacto con el suelo y perpendiculares al plano del muro. Esta capa se cubre de tierra y se compacta, añadiéndole fajinas en sentido perpendicular a las anteriores (salchichas). De nuevo, se coloca otra capa de fajinas clavándolas con las capas inferiores mediante estacas y se ejecuta un nivel más de tierra compactada. Así, alternando capas hasta llegar al cordón, donde las fajinas pasarán a formar el volumen del parapeto.

Una de las razones por las que son útiles las obras realizadas con estas técnicas es que al enemigo le cuesta mucho más hacer el horno de la mina debido a la aparición de ramas entre la tierra y lo angosto del espacio para usar herramientas adecuadas (Rojas, 1598).

En cuanto a la forma de trabajo, Cristóbal de Rojas afirma que las balas penetran menos en los terraplenes con fajinas que sin ellas. Por el contrario, Mut estima que en tierra sin fajinas puede entrar el cañonazo de 6 a 8 pies, y que con fajinas puede llegar a entrar hasta 10 pies. Una cuestión que debe tenerse en cuenta durante la ejecución de los muros con fajinas es que no salgan del muro, es decir, que no asomen por la cara exterior. Según Rojas, estas podrían hacer de escalera al enemigo, mientras que Lucuze toma esta precaución para que no se les pueda prender fuego.

La principal y más recomendable aplicación de la técnica del muro de fajinas es la de construir pequeños fuertes de campaña durante la noche cerca del enemigo con agilidad y rapidez. Se emplean conjuntamente el terraplén con fajinas y el revestimiento de tepes para evitar desmoronamientos (Rojas, 1598). También se aprovechaba esta rapidez para la elevación de las trincheras durante la ofensiva junto con el uso de gaviones y sacos (Vauban, 1714). En la ejecución de los parapetos, sea el muro del material que sea, Lucuze recomienda detenerse en el cordón y realizar las cañoneras y merlones con tierra y fajinas. Del mismo modo, la mayoría de autores recomienda que los caballeros se realicen con esta técnica. Cristóbal de Rojas recomienda que los muros realizados con fajinas, una vez asentados después de tres o cuatro años, se pueden revestir con piedra, lo cual mejorará notablemente su comportamiento y durabilidad. Las reparaciones y obras de carácter urgente o temporal como, por ejemplo, el cierre de brechas se suele recomendar que se hagan con tierra y fajinas dado la rapidez del método. Respecto a las pendientes que deben tener cada uno de los muros, cada autor recomienda una distinta: mientras Cristóbal de Rojas propone una pendiente baja para todos los muros de tierra, Mut y Lucuze son más permisivos con los muros consolidados con fajinas (Figura 90).

Figura 90. Tabla de relación base/altura de los taludes según diferentes autores de tratados de fortificación
Figura 90. Tabla de relación base/altura de los taludes según diferentes autores de tratados de fortificación

El mortero

En el caso de las murallas de mampostería o piedra (sillería) con mortero, se utilizó la argamasa o calicanto, cuya base es la cal, el yeso y la arena, a la que se añaden distintas proporciones de cerámica molida y cenizas de forja. La fórmula tradicional era: de 5 a 7 partes de arena, una de tierra cocida y otra de cal. Sin embargo, en las partes más expuestas al impacto de máquinas de asedio o zapa se reforzaba aumentando la proporción de cal y reduciendo la de arena. El espesor varía generalmente entre 1 cm y 4 cm. Las arenas a usar son las provenientes de ríos o arroyos, estas se catalogan como las mejores, las arenas de mar debían ser lavadas con agua dulce o en su defecto con 2 o 3 inviernos.

La cal, conocida también como cal viva, denota las estructuras químicas que puede presentar el óxido de calcio. Resulta de calcinar rocas calizas y al entrar en contacto con el agua se apaga o hidrata, en cambio, con desprendimiento de calor y al mezclarse con arena, forma el mortero o argamasa. La cal aérea es aquella que endurece mediante la carbonatación al exponerse al aire. Proviene de la calcinación de piedras calizas de elevada pureza, contiene más del 95% de óxido de calcio (CaO), es decir, no tienen más del 5% de impurezas y producen una pasta con alta untuosidad. La cal hidráulica es aquella que tiene la posibilidad de fraguar con o sin presencia de aire, hasta debajo del agua. Es producida por la calcinación de piedras calizas en cuya composición, entra aproximadamente un 20% de arcilla, y que, al pulverizarse y mezclarse con agua, endurece como el cemento. La cal hidráulica es un cemento natural. Entre las propiedades de la cal hidráulica, se encuentra la de formar un concreto cuando esta se amasa y se mezcla adecuadamente con agregados y agua; concreto que puede mantener su trabajabilidad durante un tiempo suficiente para después de un determinado período, alcanzar su resistencia específica y una estabilidad de volumen a largo plazo. Esta cal hidráulica llega a contener mezclas margas y arcillas ricas en sílice, aluminio y hierro. En el apagado de la cal hidráulica se hidrata la cal libre y no los silicatos o aluminatos de calcio. Si se produce la hidratación de estos compuestos el material resultante no tendrá propiedades hidráulicas y se llamaría cal ahogada. De hecho, se trata de una característica similar a la denominada puzolana, una roca rica en sílice, alúmina y óxido de hierro, que al agregarse a la cal aérea le daba la capacidad de fraguar en medio acuoso. Este tipo de cal dan mayores resistencias mecánicas en menor tiempo que la cal aérea.

Continúa en el Libro VII

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