Les Travaux de Mars ou l’Art de la guerre (1671) - Libro I
Serie DE LA DÉFENSE DES PLACES À LA POUSSÉE DES TERRES (De la defensa de las plazas al empuje de tierra) - Primera parte
Por: Santiago Osorio R.
Contenido del Libro I
- Introducción
- Vauban y la Francia del Siglo XVII
- La fortificación y la arquitectura militar
- La guerra en el siglo XVII
- El ingeniero militar
- El ingeniero y el sitio de construcción
En sus conferencias de 1979 y 1985, el ingeniero inglés Sir Alec Westley Skempton (1914-2001) describe su clasificación de los períodos del progreso de la mecánica de suelos; en la primera acertadamente afirma que esta particular aplicación de la mecánica existía en todo menos en su nombre muchos años antes de 1925, cuando se publicó la serie de artículos de Karl von Terzaghi (1883-1963) en la revista Engineering News-Record (Figura 1), incluso si aún no se había unido y reconocido como una disciplina coherente; existía como un conjunto de temas relativamente aislados, como las cimentaciones, la teoría de la presión de tierra y el conocimiento práctico de los deslizamientos en laderas arcillosas, con poca correlación entre las observaciones de campo y el análisis teórico, y careciendo sobre todo del principio unificador del esfuerzo efectivo aportado por el ingeniero austríaco. En el período Preclásico de la Mecánica de Suelos clásica, se hicieron contribuciones teóricas y prácticas de importancia. Antes de Coulomb (1776), se hicieron varios intentos para abordar los problemas de la mecánica del suelo; en la construcción de cimientos y presas de tierra se pueden encontrar fácilmente ejemplos de diseños racionales basados en juicios de ingeniería sólidos. En la segunda conferencia precisa además Skempton que la historia temprana del conocimiento y la comprensión de las propiedades del suelo, en términos de ingeniería inicia con el período Preclásico, que coincide con el siglo XVIII y que es caracterizado por las teorías empíricas de presión de tierra basadas en la pendiente natural del terreno y el peso unitario de los materiales de relleno de tierra. Así pues, las condiciones existían, las piedras angulares de la mecánica clásica estaban disponibles gracias a los destacados avances de los siglos XVII y XVIII por personajes como Galileo, Hooke, Newton, Lagrange y Laplace. Sobre este fundamento, las bases de la Teoría de la Estructuras se desarrollaron rápidamente con los trabajos de Euler, Navier, Poisson, Lamé y St. Venant, entre muchos otros. En cambio, los desarrollos equivalentes en la mecánica de suelos debieron esperar más tiempo.
El período Preclásico de la Mecánica de Suelos clásica comprende los años 1700 a 1776, y se concentró en los estudios relacionados con la pendiente natural y los pesos unitarios de varios tipos de suelos, así como las teorías semiempíricas de la presión de tierra. En esta fase se encuentran algunos autores franceses como:
- Pierre Bullet (1639-1716) que en 1691 presentó la primera teoría sobre empuje de tierras.
- Henri Gautier (1660-1737) que estudió las pendientes naturales de los suelos cuando se apilaron en un montón para formular los procedimientos de diseño de muros de contención.
- Bernard Forest de Bélidor (1671-1761) que propuso una teoría para la presión lateral del suelo en los muros de contención que especificaba un sistema de clasificación de suelos.
- Francois Gadroy (1705-1759) que observó la existencia de planos de deslizamiento en el suelo en el momento de la rotura.
Con anterioridad al inicio formal de la mecánica de suelos a partir de 1936, año de la primera conferencia de la Sociedad Internacional de Mecánica de Suelos e Ingeniería de Fundaciones celebrada en la Universidad de Harvard en Cambridge, MA, USA, en la que Karl Terzaghi, ampliamente considerado como el padre de la mecánica de suelos, dio una presentación plenaria, y donde dos años más tarde, se convertiría en un miembro de la facultad de ingeniería civil; existían una serie de conceptos orientados a la resolución de empujes de tierra, resistencia al corte, teoría elástica y funcionamiento de pilotes hincados. Generalmente las cimentaciones eran superficiales y cuando se aplicaban en suelos blandos involucraban pilotes de madera hincados.
La protohistoria de la ingeniería geotécnica evoluciona a su edad preclásica, sobre una serie de tratados de fortificaciones que desembocan en el estudio de la vida y aporte de Charles Augustin Coulomb (1736-1806) (Figura 2) a la mecánica de suelos en los relatos de la geotecnia de la serie Du Plan Incliné à la Theorie du Coin des Terres, pues a partir de la publicación de su famoso Essai en 1776 se da inicio al período denominado Primera Fase de la Mecánica clásica de suelos, y que data en la práctica desde la aceptación general de su trabajo sobre la resistencia de materiales incluido el terreno, alrededor del año 1800; abarcando hasta la publicación del libro de texto del profesor Rankine en 1862. Etapa que está dominada por la hipótesis de resistencia al esfuerzo tangencial de c = 0, con 𝜙 siendo tomado como la pendiente natural del suelo de relleno (terreno suelto) y también, desde la década de 1830, como la pendiente de una superficie estable a largo plazo de arcilla en los cortes, en la que Alexandre Collin (1846) solo consideraba la “cohesión” como la resistencia de la arcilla en el instante de falla. Para aproximar al pensamiento de Coulomb derivado de su Essai de 1773 y su trabajo posterior sobre la fricción, se presentó una revisión de los principales conceptos e hitos de la mecánica clásica.
Figura 2. Retrato y firma de Coulomb en su carta de renuncia al Corps du génie (Paris, diciembre 18 de 1790) |
En la presente serie de relatos de la geotecnia, se describen los primeros esfuerzos documentados de autores que, a partir de sus publicaciones desde el siglo XVII, transmiten a sus contemporáneos, sus conocimientos y propuestas alrededor del arte de defender las plazas a lo largo y ancho del continente europeo, oficio que venía madurando con rapidez desde el siglo XV, y que dio lugar a que las profesiones de arquitecto e ingeniero militar, emprendieran diferentes caminos, dedicando la primera a la creación de estilos y la última, a desarrollar la ciencia y la mecánica bajo un criterio racional.
Para la ingeniería geotécnica resulta de importancia comprender el contexto histórico y tecnológico que generó tal evolución y, asimismo, repasar y revisitar sus principios y premisas lógicas, pues a partir de estos, tal naciente disciplina, apoyada en la explicación y fundamentación de los fenómenos físicos inicialmente planteados por los grandes filósofos de la antigüedad; fue de manera lenta y gradual desarrollando su teoría.
No menos importante, resulta conocer acerca de algunos aspectos destacados de las vidas y obras de aquellas personas que contribuyeron en mayor o menor medida a elaborar una descripción de los suelos y las rocas, de su comportamiento y respuesta a las deformaciones y de su utilidad o aplicación práctica en los variados frentes de trabajo, que permitiera la cimentación y una permanencia estable y duradera, de los elementos estructurales, dejando de lado la tradición empírica y pasando a la técnica basada en la ciencia.
Esta serie de relatos de la geotecnia denominada De la Defénse des Places à la Pousée des Terres describe algunos notables (y otros no tan notables) pormenores de acontecimientos sucedidos en desarrollo del conocimiento de la geotecnia. Algunos aspectos que pueden en apariencia ser irrelevantes o superficiales al tema; después de una cuidadosa revisión bibliográfica y webgráfica (que generalmente resulta incompleta a la luz de la inmensa cantidad de información disponible a la fecha), resultan siendo esenciales eslabones de continuidad y razonamiento en el perfeccionamiento de la mecánica de suelos clásica. El método de aplicar la observación, la comparación, el análisis y la recomendación es una constante en los varios autores que se incluyen en esta sucesión de arquetipos mejorados cada vez, por su acercamiento a un método científico.
Vauban y la Francia del Siglo XVII
Fue el filósofo francés Voltaire (1694–1778) en 1751 quien le dio al siglo XVII el nombre que conserva hasta nuestros días: el siglo de Luis XIV (Figura 3), designación que no es solo un homenaje a un rey favorito, es una descripción objetiva de una época durante la cual Francia se convirtió en el país más poderoso y brillante de Europa. El reinado de Luis XIV (1643–1715) (Figura 4) fue el más largo de la historia de Francia y representa el punto culminante de la dinastía de los Capetos y los Borbones.
Figura 3. Portada del libro Le Siècle de Louis XIV (izquierda). Retrato de Voltaire (François Marie Arquet) (derecha) |
En esta época el estado secular de Francia finalmente obtuvo su independencia de la supervisión e interferencia eclesiástica. Marcó el triunfo del absolutismo, una teoría política que sostiene que todo el poder debe conferirse a un gobernante supremo para mantener la cohesión y la unidad nacional. Con su habitual falta de modestia, Luis XIV proclamó:
Un rey es superior a todos los demás hombres, ocupando, por así decirlo, el lugar de Dios.
También fue la época del arte barroco, un intento heroico de trascender la contradicción entre orden y movimiento. Habiendo usurpado el lugar de España en el liderazgo de los asuntos políticos, Francia superó a Italia en los ámbitos artístico y cultural. La ciencia estuvo dominada por nombres como René Descartes (1596-1650) y Blaise Pascal (1623-1662), pero fue en el arte que el brillo del reinado fue el más notable. Luis XIV subsidió y alojó a escritores, artistas y científicos, quienes a cambio fueron alentados a glorificarlo. Todas las inmensas energías y talentos de la época fueron aprovechados y moldeados por el poder del estado de Luis XIV en un magnífico espectáculo (Figura 5).
Este brillo artístico, financiado por una política de patrocinio estatal, no se limitó a Francia, sino que también llamó la atención de toda Europa. Esta tendencia continuó en el siglo siguiente, y el prestigio cultural francés estaba en su apogeo en el siglo XVIII. La arquitectura civil y militar, estimulada por el interés personal de Luis XIV en la construcción, desarrolló el estilo clásico francés, combinando claridad, orden, esplendor, grandiosidad y majestad, y se impuso como la referencia principal. El estilo francés dominó todo el continente en construcción de palacios, jardines, edificios públicos y fortificaciones. Durante este período en París se construyeron parte del Louvre, el Salpétrière, el Hôtel des Invalides, la Place des Victoires, la Place Royale y, por supuesto, el castillo de Versalles (Figura 6). Este período también vio el triunfo de la fortificación bastionada clásica francesa de Vauban.
La necesidad de fortificar Francia con un cinturón de fortalezas se había sentido ya desde el reinado de François I (1515-1547). El caballeroso rey dedicó toda su energía a la lucha contra su enemigo más peligroso, Carlos V (1500-1558), que era rey de España; emperador de Alemania; gobernante de Austria, el sur de Italia, Borgoña, Franche Comté y los Países Bajos; y propietario de un rico imperio colonial, especialmente en América del Sur. Se dijo entonces que “el sol nunca se puso sobre las posesiones del rey Carlos V”. Sin una coherencia nacional real, la construcción de fortalezas continuó bajo los reinados del rey Enrique IV (1589-1610) y su hijo Luis XIII (1610-1643). Sin embargo, se esperaría hasta el reinado de Luis XIV para ver el establecimiento de una barrera de fortificaciones para defender el país y marcar los límites de Francia. Estas fronteras fortificadas, muy buscadas por el rey y sus ministros de guerra, Michel Le Tellier (1603-1685) y su hijo François-Michel Le Tellier, marqués de Louvois (1641-1691), fueron diseñadas y construidas por numerosos arquitectos e ingenieros militares, siendo el más conocido de ellos Vauban (Figura 7). El mariscal Sébastien Le Prestre de Vauban (1633-1707) es de hecho, el que más fuertemente marcó el paisaje de Europa occidental con su arte. Vauban es el único nombre que viene a la mente de inmediato cuando se mencionan las fortificaciones del siglo XVII. Con un tablero de dibujo instalado en su carruaje, Vauban atravesó Francia desde Bayona a Dunkerque, de Toulon a Cherburgo para construir las fortalezas ordenadas por la voluntad real. Vauban fue uno de los hombres geniales del reinado de Luis XIV, genuinamente inventivo, versátil, lleno de ideas reformistas, cuyo trabajo abarcó muchos aspectos de la vida nacional francesa. Construyó un formidable anillo de fortalezas para proteger las fronteras nacionales, y su carrera culminó con la publicación de un libro notable que abogaba por la abolición de los privilegios fiscales y la introducción de un sistema tributario uniforme.
A pesar de la destrucción lamentable y las restauraciones poco hábiles, Vauban, comisionado general de fortificación y mariscal de Francia, ha dejado huellas imborrables. Una gran parte de su trabajo se conserva hoy, evidencia de su trabajo aún en pie en las fronteras de Francia (Figura 8).
Gracias al trabajo incesante de las asociaciones locales y regionales, así como a una política cultural adecuadamente dirigida a nivel nacional y regional, el patrimonio dejado por Vauban sigue vivo: Neuf-Brisach, Briançon, Besançon, Saint-Martin-de-Ré (Figura 9), Mont Louis y muchos otros lugares son piezas admirables.
El siglo de Luis XIV fue uno de los períodos más fascinantes de la historia de Francia y las fortificaciones de Vauban, de más de trescientos años, aún poseen una belleza innegable. Construidas con la antigua trilogía romana en mente, firmitas (solidez), utilitas (funcionalidad) y venustas (belleza), irradian una impresión de fuerza silenciosa a través de la rigidez de su geometría armoniosa. Su rigurosa eficiencia se ve atenuada por formas de estrella y triangulares que armonizan con los oblicuos de paredes y glacis. Sin embargo, sería demasiado fácil dejarse cegar por el romanticismo y la indulgencia militarista. Ruinas de muros cubiertos de vegetación, terrazas con magníficas vistas, ciudadelas verdes en medio de pueblos modernos y ocupados, majestuosas fortalezas, bastiones pacíficos que reflejan sus colores cálidos en las tranquilas aguas de los fosos y fuertes aislados en montañas empinadas y espectaculares costaron fortunas en una época en que la mayoría de la población sufría una profunda miseria y extrema pobreza. Las fortificaciones de Luis XIV se construyeron al precio del trabajo duro realizado por generaciones de personas humildes y explotadas. Estos lugares de prestigio, que manifestaron la gloria del Rey Sol y la grandeza de Francia, también fueron ciudades sitiadas por la artillería, saqueadas y quemadas por unos despiadados soldados, lugares de sufrimiento, miedo, violencia, guerra y muerte (Figura 10).
Figura 10. Trabajos de construcción de una fortificación durante el reinado de Luis XIV. Frontispicio de Le Directeur General des Fortifications de Vauban (1685) |
La fortificación y la arquitectura militar
Durante los siglos XVI y XVII Europa vivió el cisma del cristianismo en donde el enemigo no era el mahometano, sino el hereje. Las guerras se sucedían, siendo el episodio más cruento la Guerra de los 30 años que tuvo lugar entre 1618 y 1648. El escenario de la lucha tuvo lugar en el corazón del viejo continente, donde el urbanismo había alcanzado un gran desarrollo. Las teorías defensivas siguieron considerando la plaza fuerte amurallada como un elemento fundamental lo que propició un nuevo avance en las técnicas y diseños constructivos, destacando el gran teórico Sébastien Le Prestre de Vauban (1633-1707), cenit de la construcción amurallada. En 1684 Vauban (Figura 11), ingeniero militar francés, publica tablas para el diseño de muros de contención con alturas de 3 m (10 pies) < H < 25 m (80 pies). Tres años después en 1687, estableció reglas empíricas y fórmulas para el diseño y construcción de muros de contención para resistir presiones laterales del suelo. Casi 200 años después, en 1870, el militar norteamericano J.B. Wheeler (1836-1906), en su A Text-book of Military Engineering: For the Use of the Cadets of the United States Military Academy, aún recomienda las reglas de Vauban para los cadetes militares de EE.UU.
Vauban, en su papel de recién nombrado comisario general de todas las fortificaciones francesas, envió a sus ingenieros del Corps du Génie Militaire su Profil général pour les murs de soutènement en el que presentó los perfiles de sus muros de contención que luego fueron adoptados por ingenieros como Bernard Forest de Bélidor (1698-1761) (1729) (Figura 12) y Jean-Victor Poncelet (1788-1867) (1840).
Figura 12. Tabla de Bélidor en La science des ingenieurs dans la conduite … (1734) en la que sustenta le Profil de Vauban |
La fortificación y la arquitectura militar, impartidas durante la última hora de las dos lecciones semanales de la Real Academia de Arquitectura, se integraron a la vasta colección de “otras ciencias absolutamente necesarias para los arquitectos”, que incluyen mecánica, hidráulica, gnomónica (técnica de construir relojes solares) y corte de piedras. El arte militar, entendido en adelante por la Academia como una rama subordinada a la profesión de arquitecto, fue perdiendo la autonomía que había adquirido paulatinamente durante el siglo XVI. Esta reconfiguración de roles profesionales se multiplica por diez por la mayor visibilidad de una institución que ahora comparte los mismos edificios que la Real Academia de Pintura y Escultura. Instalada entre 1671 y 1692 en el “petit hôtel de Richelieu” o “petit hôtel Brion”, la Real Academia de Arquitectura se benefició así de la influencia de los otros oficios reales establecidos en el mismo edificio. Este “encuentro de las tres artes” adquirió una dimensión aún más simbólica en 1692 cuando se trasladó al Louvre en los antiguos apartamentos de María Teresa de Austria. Las “salas de asamblea”, las “salas maquetas” y las “aulas” estructuran, por tanto, la didáctica académica de la arquitectura.
La exposición pública del oficio del rey como arquitecto va acompañada, además, de “la mayor andanada de libros didácticos de arquitectura a la que se ha enfrentado nunca ningún público lector europeo”. Entre 1673 y 1699 los académicos publicaron doce libros sobre arquitectura, a un ritmo nunca antes igualado. Este impulso editorial, aunque pocas veces subrayado, forma parte de una verdadera estrategia de ocupación que reduce considerablemente lo que antes era una interfaz privilegiada de formación e intercambio entre los ingenieros del rey. Agotada la gran oleada de publicaciones militares francesas de la primera mitad del siglo, es una producción académica compuesta esencialmente por tratados de gramática clásica de la arquitectura la que tiene lugar en las estanterías de las bibliotecas, firmando, una vez más, la paulatina exclusión de ingenieros de este nuevo “patio trasero” profesional.
La guerra en el siglo XVII
En el siglo XVII, la guerra era tanto un asunto de Estado como un asunto social. Esta era de guerras casi incesantes, en las que se destacaron grandes jefes militares, como Gustave-Adolphe de Suecia, Wallenstein, Conde, Turenne, Cromwell o Vauban, quien vio nacer ejércitos permanentes en toda Europa, siendo el más poderoso el del Rey de Francia, a cuyo absolutismo conquistador sirve. Este período también vio la culminación de la fortificación abaluartada (Figura 13), siendo esta última la respuesta de la arquitectura militar a la creciente eficacia de las armas de fuego, introducida en Europa a mediados del siglo XV. La guerra también es un asunto de sociedad, porque la nobleza y otros estratos sociales le dan al ejército sus fuerzas en potencial humano, ya sean oficiales, caballería o infantería. Pero el hombre de guerra es estimado y bien considerado en la corte.
El ingeniero militar
En los siglos XVI y XVII, la profesión de ingeniería fue fundada en Francia como parte del oficio militar (Figura 14). Surgió entonces la ingeniería como una actividad relacionada con la guerra, en particular con la fortificación. Hasta la Ilustración, los ingenieros eran oficiales que generalmente pertenecían a la nobleza. Estas raíces militares implicaron un cierto número de características clave. Entre ellos, uno encuentra la firme creencia de los ingenieros de pertenecer a una élite definida por virtudes de coraje y conocimiento. Esta racha elitista se vio reforzada por la organización de los ingenieros de fortificación en un cuerpo hacia fines del siglo XVII, una organización que pronto serviría de modelo para otras ramas de la ingeniería. Además del elitismo, el corporativismo debía seguir siendo otra característica duradera de la profesión de la ingeniería francesa. Un último elemento clave fue el acento puesto en las matemáticas, un acento que deriva de la importancia que se les da en la educación aristocrática.
Para el joven aristócrata ansioso por servir en el ejército, la aritmética y la geometría resultaron esenciales. Las matemáticas no fueron, esto es digno de mención, concebidas como un ejercicio puro de la mente, más bien como una herramienta para la acción, desde artillería y fortificación hasta cálculos de despliegue de infantería. Esta concepción de las matemáticas no como un conjunto abstracto de teorías sino como la formalización de preguntas muy prácticas debía seguir siendo característica de la ingeniería francesa. Explica, entre otras cosas, por qué los ingenieros franceses se involucraron muy temprano en problemas económicos y de cálculo. Hasta el día de hoy, un número considerable de economistas franceses todavía están capacitados inicialmente como ingenieros, al contrario de la situación que prevalece en muchos otros países donde la economía tiene menos vínculos con la ingeniería.
Hasta finales del siglo XVII, el ingeniero no era responsable ante la sociedad como tal. Principalmente obedecía las órdenes del rey, órdenes que podían diferir enormemente de lo que sus súbditos pudieran desear. Esta situación transmitió a los ingenieros la convicción de que la autoridad era el resultado de una legitimidad institucional diferente de las formas supuestamente directas de expresiones populares. Una vez más, esta creencia debía seguir siendo una característica permanente de las élites tecnológicas francesas. En Francia, la democracia directa nunca fue vista como una forma natural de tomar decisiones tecnológicas importantes.
En la arqueología de la conciencia social de la ingeniería francesa, el siglo XVIII representa probablemente uno de los episodios más importantes. Es el momento en que la profesión se emancipó de sus raíces militares con la creación de toda una gama de cuerpos civiles, el Corps des Ponts et Chaussées a cargo de la construcción de carreteras, puentes y canales, o el Corps des Mines a cargo de la minería y asuntos industriales. Bajo la influencia de los nuevos ideales políticos de la época, los ingenieros estatales comenzaron a definirse como contribuyentes a la utilidad pública y al progreso. El progreso que tenían en mente no era solo material. Poseía una fuerte connotación moral porque la prosperidad era vista como la clave para las relaciones sociales regeneradas.
La profesión de ingeniero, favorecida por Enrique IV e institucionalizada en 1604 por el Grand règlement, abrió el camino a las experiencias nacionales. Los ingenieros militares franceses, encargados de un ambicioso programa de defensa del reino y liberados de la “traza” italiana que había dominado a las generaciones anteriores (Figura 15), se comprometieron a definir, desde principios del siglo XVII, nuevos métodos constructivos que respondieran a las condiciones técnicas, económicas y estrategias nacionales. Este primer impulso, estimulado por la política de consolidación de plazas marítimas y las grandes obras de desmantelamiento de fortalezas inútiles emprendidas por Luis XIII, dio una visibilidad hasta entonces inigualable a los ingenieros militares, cuyo número pasó de diez a sesenta en pocas décadas.
Figura 15. Ejemplo de la técnica de diseño italiana en el tratado Dell Arte Militari, libri cinque … de Girolamo Cataneo (1584) |
Fue gracias a este impulso único que apareció la primera serie de tratados fundacionales que marcaron, por la variedad y la novedad de sus propuestas, el nacimiento de una verdadera “escuela” francesa de fortificación (Jacques Aleaume, Jean Fabre, Antoine De Ville, Claude Flamand, Honorat de Meynier, Blaise de Pagan, Jacques Perret). Esta producción nacional, que renovó por completo el campo de la arquitectura obsidional (relativa a los asedios), dio lugar también, a su vez, a la producción de numerosos atlas impresos y manuscritos de villas fortificadas, destinados a las élites del reino.
La influencia del trabajo de los ingenieros militares y su transposición al ámbito civil ya era perfectamente palpable a mediados del siglo XVII cuando el arte militar era considerado “el empleo más noble de la vida civil” (Georges Fournier, 1649). Saber “fortalecer y trazar líneas con regularidad” se convirtió en el arma predilecta de cualquier hombre honesto deseoso de complacer a la corte (Nicolas Faret, 1630).
Este entusiasmo dio lugar a la segunda gran serie de publicaciones dirigidas a los lectores de “jóvenes de élite” cuya ambición era adquirir un buen conocimiento de la arquitectura militar. La mayoría de estos manuales de fortificación, que continuaron publicándose a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII, fueron obra de maestros de los colegios jesuitas (Pierre Ango, Pierre Bourdin, Georges Fournier, Claude Milliet de Châles). Retomando los temas desarrollados por los ingenieros de campo, amplían el discurso a la práctica del dibujo y la representación de la arquitectura militar. Este nuevo diálogo, que establece una estrecha relación entre la arquitectura militar y el arte cortesano, se ve alimentado por la publicación de una rica iconografía que consolida el lugar del arte militar en el corazón de la cultura francesa. Juegos de fortificación, manuales de dibujo para fortalezas (Israël Sylvestre), grabados de conquistas reales (Adam Frantz Van der Meulen), marchas militares (Joseph Parrocel) y trajes militares grotescos (Nicolas de Larmessin) forman parte de este movimiento.
Junto a estos numerosos vectores civiles de difusión, la profesión de ingeniero experimentó un crecimiento sin precedentes durante la segunda mitad del siglo XVII. El advenimiento del reinado de Luis XIV y el ascenso al poder de Vauban, a partir de la década de 1660, contribuyeron a la reputación de la profesión que vio pasar por sus filas a más de mil aspirantes entre 1661 y 1691 (para una media de trescientos cincuenta en actividad, siendo los otros rápidamente diezmados durante numerosos asedios). A falta de una escuela de ingenieros (la primera se creó en Mézières entre 1743 y 1748), Vauban instauró una prueba de aptitud general que concluyó un período obligatorio de noviciado en el campo, respaldado por una instrucción personalizada bajo la dirección de un anciano. Esta profesionalización genera una tercera serie de publicaciones educativas. Escritos por profesionales conscientes de las fallas de su sistema de formación, estos tratados dedicados a la cartografía, el dibujo, la agrimensura de lugares y la fabricación de útiles para el parque de artillería, llenan importantes lagunas y participan eficazmente en la armonización de códigos y prácticas entre los jóvenes. ingenieros (Hubert Gautier, Nicolas Bion, Amédée Frézier, Nicolas Buchotte, Jacques Ozanam).
Se complementan con la publicación de obras que retoman la estructura clásica que divide la fortificación regular de la irregular (François Blondel, Nicolas de Fer) así como con la traducción de obras extranjeras cuyos discursos y tableros enriquecen el repertorio teórico y visual de los ingenieros (Menno van Coehoorn, Mathias Dögen, Wilhem Dilich, Adam Fritach, Hendrick Hondius, Samuel de Marolois).
El ingeniero y el sitio de construcción
A partir del Renacimiento los ingenieros a menudo insistieron en la necesidad de fundamentar su práctica en la ciencia. El título del primer gran tratado francés sobre fortificación publicado en 1604 por Jean Errard de Bar-le-Duc (1554-1610), La Fortification Démonstrée et reduicte en art (La Fortificación Demostrada y reducida en arte) es bastante revelador a ese respecto. El deseo de demostrar es típico de la ambición de la ingeniería sobre el suelo firme del conocimiento científico. A lo largo de su larga historia, los ingenieros han desarrollado además una ciencia propia, una ciencia de la ingeniería relacionada con las matemáticas, la mecánica, la física y la química.
Los ingenieros parecen definibles por su ambición de tomar sus decisiones de acuerdo con un conjunto riguroso de criterios, algunos de estos criterios relacionados con fenómenos naturales, otros que tienen que ver con la viabilidad económica de sus proyectos. La primera figura reconocible de ingeniero surgió en el Renacimiento, en la intersección de dos tradiciones. El ingeniero del Renacimiento europeo fue el heredero tanto de la tradición medieval de los maestros constructores y especialistas de los motores de guerra como de los ideales antiguos transmitidos por los monumentos romanos y por libros como los 10 Libros de Arquitectura de Vitruvio. En ese momento, el ingeniero apareció como una figura aislada, un artista que trabajaba para reyes y príncipes, como sus compañeros artistas, pintores, escultores o arquitectos. Mantendrá ese estatus hasta la segunda mitad del siglo XVII, cuando grandes estados territoriales como Francia comenzarán a organizar a sus ingenieros militares en cuerpos, allanando así el camino para el surgimiento de una profesión. Así, la profesionalización gradual de los ingenieros representa el siguiente paso. En Francia, esta profesionalización se produjo a través de la creación del cuerpo estatal de ingenieros y las escuelas que se preparan para estos cuerpos; en Inglaterra a través de asociaciones profesionales. El proceso comenzó antes en Francia, ya que el Corps du génie se organizó en 1691, el Corps des Ponts et Chaussées en 1716, mientras que la primera asociación de ingeniería inglesa, la Society of Civil Engineers presidida por John Smeaton fue creada en 1771 y la segunda, la Institution of Civil Engineers (ICE) en 1818.
La racionalidad no debe confundirse con la lógica en general (Figura 17). Contrariamente a la lógica, la racionalidad está impregnada de todo tipo de factores históricamente determinados como las representaciones de la naturaleza y el hombre que prevalecen en una sociedad determinada. La racionalidad es el producto de la interacción, la comunicación y el conflicto. La racionalidad está impregnada por un conjunto completo de elementos que generalmente se consideran irracionales. Incluye deseo e incluso impulsos hacia ciertos fines. Debe permitir las incertidumbres de la comunicación y el conflicto. Una vez más, la racionalidad no es clara como el cristal ni directa. Aparece a menudo a través de cursos de acción ambiguos y retorcidos.
El truco y el engaño no eran ajenos a la definición inicial del ingeniero. Con el uso de la tecnología como un poder casi contranatural, la ingeniería tuvo algo que ver con el engaño, especialmente en la conducción de la guerra, en contra de la actitud franca y abierta de la caballería tradicional. En ese sentido, el ingeniero era comparable a Ulises, deambulando en un mundo extraño y amenazante cuyos peligros tenía que conjurar a través de trucos como el caballo de Troya.
La racionalidad es inseparable de la imaginación; en la intersección de ambas se encuentran entre otras, las nociones clave de efectividad y eficiencia. Los ingenieros en un momento dado son más propensos a ciertas soluciones que a otras. Las mejores soluciones que se supone que son efectivas y eficientes están inspiradas en representaciones de lo que realmente importa en el mundo físico.
Continúa en el Libro II …
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