Les Travaux de Mars ou l’Art de la guerre (1671) - Libro V
Serie DE LA DÉFENSE DES PLACES À LA POUSSÉE DES TERRES (De la defensa de las plazas al empuje de tierra) - Primera parte
Por: Santiago Osorio R.
… Viene del Libro IV
Contenido del Libro V
- La imprenta y la difusión de los tratados
- El adagio de Vitruvio
- La arquitectura militar en el siglo XVI
- Los tratados de fortificación
- Los comienzos de la ingeniería
- La Ingeniería Griega y Romana
- La Ingeniería en la Edad Media
- El arquitecto-ingeniero-maestro constructor en la Edad Media
- La era del ingeniero
La imprenta y la difusión de los tratados
Hacia 1448 aparecieron los primeros libros impresos en Europa, en la región de Maguncia (Alemania); pero con anterioridad a tan maravillosa invención aún se hacían innumerables copias manuscritas de todo tipo de tratados, entre éstos también aquellos que versaban sobre el arte militar. De tal forma se aseguró, por una parte, la vigencia de las tradiciones militares clásicas (en especial las romanas) y, por otra, se realimentaron las opiniones y teorías acerca de la guerra y la construcción de murallas. Entre los siglos XVI y XVIII se imprimieron en Europa al menos 250 títulos diferentes de libros consagrados al tema de la fortificación de plazas y ciudades; tratados de fortificación que fueron un instrumento fundamental para hacer de la construcción arquitectónica algo más que una simple práctica artesanal: una disciplina del conocimiento con argumentaciones técnicas y profundos razonamientos constructivos.
La imprenta (Figura 61) generó la difusión de grabados y libros ilustrados, con temas religiosos, viajes, arquitectura, urbanismo, arte, fortificación, artillería etc.; convirtiéndose en uno de los más importantes aportes al Renacimiento y la divulgación del conocimiento humano a un número cada vez más creciente de personas. El Arte de la Guerra (colección de tratados de arquitectura militar, fortificaciones o artillería que, acompañados de cálculos matemáticos, dibujos y diseños), convirtió a los guerreros en personajes públicos relacionados como protagonistas con los relatos épicos; incorporó la poliorcética como el conjunto de técnicas y disposiciones destinadas a la expugnación o defensa de plazas fuertes.
Figura 61. Ilustración de la tienda de una imprenta flamenca. Amberes (c. 1580-1605). Museo Británico, Londres |
Los libros exhibieron a través de delicados y vistosos grabados, la naturaleza, personajes, plantas, animales, paisajes, escenarios de guerra, máquinas, etc. El grabado en sus diversas técnicas: en hueco sobre plancha metálica y en relieve sobre madera o xilografía, con una u otra, contribuyó a la divulgación de infinidad de proyectos de arquitectura civil y militar. La xilografía (Figura 62) fue la más utilizada en la ilustración de libros como Hypnerotomachia Poliphilo (Sueño de Polífilo) de Francesco Colonna, que fue editado en Venecia en 1499. Ver las ilustraciones de Allain Manesson Mallet en el Libro III y Libro IV de esta serie.
En 1624 el cardenal Richelieu dirigió una carta a Luis XIII de Francia en la que afirma:
No se puede dudar de que los españoles aspiran al dominio universal y que los únicos obstáculos que hasta el presente han encontrado son la distancia entre sus dominios y su escasez de hombres.
La demostración práctica del poder del cañón (Figura 63) produjo la caída de Constantinopla (1453) o Granada (1482-92), impuso una evolución en el modo de proteger las ciudades, puertos o puntos más importantes del territorio de los estados; innovación que vendría de la mano de estudiosos, ingenieros y arquitectos de la península italiana, cuna del humanismo renacentista, que tras la Paz de Lodi de 1454 había quedado en un aparente equilibrio de poder entre sus diferentes estados.
Figura 63. La revolución militar derivada del uso del cañón |
La escuela italiana, con Leon Battista Alberti (1404-1472) como precedente temprano, tuvo en Francesco di Giorgio Martini (1439-1502) (Figura 64) a uno de sus referentes principales. Su tratadística respaldaba aumentar el grosor de los muros y reducir su altura, a la vez que mantener defendido cada sector de la muralla desde otro punto del propio perímetro defensivo, hecho fundamental que apuntalaría el desarrollo a la posterior fortaleza abaluartada. En las construcciones se empiezan a reforzar los muros con taludes para ganar en estabilidad, las torres esquineras aumentan su diámetro para poder albergar más armamento defensivo y desaparecen las almenas a cambio de parapetos superiores.
Figura 64. Leon Battista Alberti (1404-1472) (arriba). Francesco di Giorgio Martini (1439-1502) (abajo) |
En 1494 una nueva y poderosa arma en manos de las tropas francesas, sacudió rápidamente las hasta el momento muy sólidas murallas italianas (Figura 65): el cañón accionado con pólvora. La construcción de fortificaciones produjo un cambio realmente significativo que rebasó los paradigmas de los dos clásicos autores romanos: Vitruvio y Vegecio.
Figura 65. Castillo medieval de Forlì, Italia |
Durante la Edad Media, murallas y fortificaciones evolucionaron gracias a la existencia real y generalizada a partir del siglo XIV de la artillería, que con su poder destructor alteró las formas habituales de combatir, al quedar desamparadas las antiguas estructuras, diseñadas para resistir ataques de armas arrojadizas o de máquinas neurobalísticas. Se adoptaron frentes abaluartados de mayor fortaleza estructural destinados a resistir las fuertes embestidas de los impactos de los proyectiles de la artillería. Los nuevos trazados fortificados crean una organización defensiva a vanguardia buscando distanciar el despliegue enemigo, reduciendo la altura de las murallas o cortinas, aumentando su espesor y adoptando formas inclinadas en talud y áreas blandas, para ofrecer mayor resistencia a los impactos y facilitar los rebotes; asimismo se facilitó la vigilancia y el desarrollo de planes de defensa.
El adagio de Vitruvio
En el compendio De Architectura de Marco Vitruvio Pollione (siglo I a.C), se encuentra uno de los primeros tratados de arquitectura, fortificación e ingeniería de la antigüedad en la cultura Occidental. Con la desaparición de la mayor parte de textos clásicos durante la edad oscura, resulta difícil determinar las primeras referencias escritas que existían sobre arquitectura defensiva, y en el caso del De Re Militari el tratado sobre el arte militar de Flavio Vegecio Renato (siglo IV d.C), las referencias sobre arquitectura militar se pueden inscribir dentro de lo que hoy denominamos urbanismo. Redescubierta en el Renacimiento la obra de Vitruvio, acabó convirtiéndose en referencia de teóricos y arquitectos interesados en la noción de la ciudad ideal, tema del que extraían doctrinas que luego adaptaban a sus propias formulaciones. La difusión de los planos de ciudades con trazados similares plasmados en formas ovaladas, circulares, de trama radial o de perímetro amurallado; formas que, adaptadas a las fortificaciones del siglo XVI en adelante, mostraban en los tratados militares de fortificación influencias vitruvianas.
En su obra incluye Vitruvio un famoso adagio considerado su mayor legado para contribuir a la educación de los arquitectos y que afirma que para que una estructura tenga un valor duradero para la sociedad, debe poseer un equilibrio entre los tres poderes denominados utilitas, venustas y firmitas (funcionalidad, estética, firmeza) (Figura 66). Ningún otro autor había captado la esencia del buen diseño propuesto por los antiguos griegos con tanta claridad. Este adagio define la base de todo buen diseño y sigue vigente. Vitruvio quiso que su adagio fuera válido para todas las estructuras hechas por el hombre, no para los puentes en particular, aunque uno puede ver cómo esta trinidad se aplica también al diseño de puentes. En el proceso de diseño de un puente, los tres poderes están representados por el papel de las autoridades encargadas, el arquitecto y el ingeniero. El adagio o tríada guarda relación con los principios actuales de los códigos estructurales correlacionando la firmitas con los estados límites últimos, y la utilitas con los estados límites de servicio.
Figura 66. Adagio o triada de Vitruvio. Utilitas (habitabilidad - funcionalidad), Venustas (estética - impacto), Firmitas (seguridad - estabilidad estructural - durabilidad) |
Según Henri Gautier (1660-1737), Andrea Palladio (1508-1580) es la única excepción de un autor que escribe con cierta extensión sobre puentes en su influyente obra Quattro Libri dell’Architettura (1570), donde reconoce que los puentes son las principales partes de un camino, que sorprende ver que en realidad forman un camino sobre el agua, y que los puentes deberían ser: 1º bien alineados, 2º cómodos, 3º duraderos y 4º bien ornamentados (Figura 67). Palladio añade el criterio de estar bien alineado al adagio de Vitruvio. Estar bien alineado según Palladio significa que un puente debe cruzar un arroyo en un ángulo oblicuo y que debe hacerlo sin pendiente. En cuanto a la belleza, Palladio reduce este rasgo del diseño a la mera ornamentación del puente. Quizá Palladio opinaba que un puente bien alineado y diseñado según las fuerzas que actúan sobre él ya es intrínsecamente bello.
Figura 67. Valores de Palladio ilustrados: Confortable – Durable – Bien alineado – Bien ornamentado |
La arquitectura militar en el siglo XVI
La arquitectura militar en el siglo XVI poseía experiencia empírica sobre los efectos de las nuevas armas, de la resistencia de las fortificaciones y del comportamiento de los combatientes, lo que convertiría a la ingeniería militar en una profesión basada en criterios matemáticos y científicos. La arquitectura militar discurría paralela a la arquitectura civil, relacionadas en temas urbanísticos de modelos de ciudad ideal, exigiendo especialización y perfeccionamiento estructural para las fortificaciones. Hasta el siglo XVII se aceptaba que:
La Architectura, ò Arte de edificar, se divide en Civil, y Militar. La Civil erige vistosas fábricas, ateniendo a su firmeza, comodidad y hermosura. La Militar no pretende belleza en sus edificios, solo se ocupa en cerrar las Ciudades, y Plazas con tales recintos, que puedan servir de defensa contra las invasiones bélicas... Vicente Tosca (1651-1723) (Compendio Mathematico ... Tratado XVI: De la Arquitectura Militar... Valencia).
Las poblaciones habían crecido amparadas en los viejos castillos, que luego requirieron reforzar sus defensas construyendo muros con piedras de mayor dureza, formas inclinadas de talud, y generando espacios donde emplazar artillería; ejemplo de ello es el castillo de Salses (Figura 68), ordenado por el rey Fernando el Católico y construido en el Rosellón, Francia a finales del siglo XV por el ingeniero español Ramiro López, e incluido por Alberto Durero en su tratado de fortificación; posee una planta cuadrangular, con muros rebajados en talud y gruesos torreones cilíndricos en los ángulos. A mediados del siglo XVI, en consonancia con las nuevas teorías poliorcéticas, el impresionante conjunto fortificado aparecía ya caduco.
Figura 68. Forteresse de Salses en Rosellón (Francia) |
La nueva ingeniería militar nació en Italia, desde donde sus diseños llegaron a España, Francia o Alemania (con matices más conservacionistas), al abogar por modificaciones en las antiguas fortificaciones, reforzando sus estructuras e introduciendo algunas variantes. Los diseños italianos imprimían cambios más profundos frente al creciente poder de los efectos de la artillería de sitio, traducidos en fortificaciones más estructuradas en las que se estudiaban no sólo las condiciones para resistir asedios, sino también la posibilidad ejercer acciones ofensivas. La exportación de la traza italiana fue duradera en Europa y recaló con fuerza en el norte de Francia y en los Países Bajos en los siglos XVI y XVII, pues ambos estados eran enemigos de la preponderante monarquía hispánica, que utilizó también esta novedad militar en multitud de fortalezas en sus vastos dominios europeos y ultramarinos.
Los tratados de fortificación
En cuatro lecciones en el Tratado de arquitectura y urbanismo militar del artista alemán Alberto Durero (Albrecht Dürer 1471-1528) publicado en 1527 en Nuremberg, se explican los planteamientos a adoptar en la defensa de grandes ciudades, situando los emplazamientos de las piezas de artillería, describiéndose la distribución interior y forma de proceder en la construcción de las fortificaciones. Los planteamientos de los primeros tratados de fortificación italianos, parecen adoptar las ideas de Nicolás Maquiavelo en El Príncipe.
En el tratado I quattro primi libri di Architettura… (Figura 69), del ingeniero militar Pietro Cataneo Senese (1510-1569), publicado en 1554 en Venecia, quedan reflejadas las enseñanzas del Cinquecento italiano. El tratado compuesto de ocho libros, aborda en los cuatro primeros lo referente a fortificaciones, materiales de construcción, entre otros. Cataneo fue uno de los últimos tratadistas del Renacimiento en tratar conjuntamente la arquitectura civil y la militar. El libro acompañado de precisas ilustraciones, incide en la importancia que tienen los estudios y conocimientos de geometría en el diseño de los proyectos.
Otro importante tratadista italiano fue Girolamo Cataneo Navarese (1540-1584), natural de Novara, publicó en Brescia Dell´arte militare: libri cinque (Figura 70). En su trayectoria como arquitecto e ingeniero militar había actuado al servicio de Vespasiano Gonzaga, siendo el autor de la fortificación de las puertas Vittoria e Imperial de Sabbioneta. En su tratado establece las acciones a seguir en las fortificaciones, en los momentos de atacar, defender o planificar los sitios de acampada, todo ello acompañado de ilustraciones.
Figura 69. Portada e imágenes del tratado I quattro primi libri di Architettura… de Pietro Cataneo (1510-1569) (Venecia 1554) |
Las principales características de los tratados de fortificación eran las siguientes:
- Las plazas fuertes generalmente debían estar emplazadas en zonas llanas que facilitaran el abastecimiento de agua, alimentos y forraje, debiendo evitar que en sus proximidades existiesen puntos dominantes desde los cuales el enemigo pudiera batir con sus fuegos la plaza.
- Las formas geométricas eran generalmente pentagonales, aunque en ocasiones se adoptaran otras formas dependiendo de las condiciones o características del terreno.
- Se rebajaba la altura de las murallas, se aumentaba su grosor, y se construían los escarpes en talud para favorecer los rebotes.
- Se aumentaba la profundidad y anchura del foso para dificultar al máximo el asalto enemigo.
- Se acortaba la longitud de las cortinas de la muralla para permitir el cruce de fuegos de la defensa.
- Se solía colocar un baluarte o revellín (dos caras en ángulo hacia la campaña) en el centro de las cortinas para facilitar aún más el fuego de la defensa.
- El emplazamiento de baluartes en los vértices del recinto de la plaza fuerte, posibilitaba aún más el cruce de fuegos entre sí y con las cortinas.
- En el exterior de los muros y del foso, las fortificaciones contaban con espaldones construidos para conseguir crear una zona exterior denominada glacis. Los espaldones de estructura más baja que las cortinas, permitía a los combatientes el resguardarse y estar a cubierto de la mosquetería enemiga. Al espacio existente entre el glacis y el foso se denominaba camino cubierto, por permitir proteger a las tropas propias dispuestas en caso necesario a lanzar un contraataque. La finalidad del glacis era crear un nuevo espacio que distanciara al enemigo de la propia fortificación, y de este modo obligarle a tener que emplazar su artillería a mayor distancia de la fortificación asediada, y de este modo hacer menos certeros los impactos de la artillería.
Figura 70. Portada e imagen del tratado Dell´arte militare: libri cinque de Girolamo Cataneo (1540-1584) (Brescia 1584) |
Los comienzos de la ingeniería
Se considera que la ingeniería comenzó en Asia Menor o África hace unos 8000 años, cuando el hombre empezó a cultivar plantas, domesticar animales, y construir casas en grupos comunitarios. Afianzada la revolución agrícola, se acumularon innovaciones técnicas que ampliaron progresivamente la eficacia productiva del trabajo humano. El cambio más significativo fue el surgimiento de los asentamientos urbanos o “ciudades” hacia el año 3000 a.C. Los desarrollos de esta época incluyen los métodos de producir fuego a voluntad, la fusión de ciertos minerales para producir herramientas de cobre y bronce, la invención del eje y la rueda, el desarrollo de sistema de símbolos para la comunicación escrita, las técnicas de cálculo, la aritmética y la normalización de pesas y medidas.
Hasta el 3000 a.C. la mayoría de las edificaciones eran modestas viviendas, pero desde entonces la ingeniería estructural dejó de ser meramente funcional y también fue arquitectónica. Se construyeron grandes palacios para los príncipes y enormes templos para los sacerdotes. Una consecuencia de la aparición de las religiones organizadas, con su gran estructura, fue un aumento de la actividad ingenieril y de su conocimiento. la nueva riqueza y los rituales religiosos también llevaron a la construcción de tumbas monumentales, de las cuales son ejemplo sobresaliente las pirámides. El primer ingeniero conocido por su nombre fue Imhotep, constructor de la Pirámide escalonada en Saqqarah, Egipto, probablemente hacia el 2550 a.C. Los sucesores egipcios, persas, griegos y romanos de Imhotep desarrollaron la ingeniería basados en métodos empíricos ayudados por la aritmética, la geometría y algunos rudimentos de física.
El mundo antiguo percibió a la ingeniería como un quehacer que competía con las fuerzas naturales y las dominaba, como una profesión atenta a la invención de los ingenios de guerra, de las máquinas de extracción del agua, de los caminos, de los canales, de los puentes, del desecamiento de los pantanos, de las galerías subterráneas, de los grandes ingenios portuarios, de las defensas de las ciudades. Esa percepción de que la ingeniería enfrentaba las fuerzas de la Naturaleza comprendía en ella una componente técnica, pero sobre todo intuía una porción mágica, sagrada: el portento de alterar los ritmos y las figuras del ser natural. Unos portentos que asombraban, atemorizaban y hacían al mismo tiempo que el hombre se atreviera a lo insólito con el imaginar de su inventiva.
La Ingeniería Griega y Romana
Al declinar de la civilización egipcia, el centro del conocimiento se desplazó a la isla de Creta y alrededor del año 1400 a.C., hacia la ciudad de Micenas en Grecia (lugar de donde Agamenón partió para la guerra de Troya), cuyos constructores, como los egipcios, manejaron enormes bloques de piedra, hasta de 120 ton en sus construcciones. Además, dominaron el arco falso, una técnica que les ha ganado un puesto en la ingeniería. Este principio lo usaron en las construcciones subterráneas, como tumbas y sótanos y en las superficiales, en puentes para vías y acueductos, pues estos últimos los construyeron con eficacia, así como los sistemas de drenaje.
Los griegos de Atenas y Esparta copiaron muchos de sus desarrollos de los ingenieros minoicos, porque en esa época fueron más conocidos por el desarrollo intensivo de ideas prestadas que por su creatividad e inventiva. La ciencia griega no fue muy propensa a la ingeniería, pero en este sentido quizá su mayor contribución fue descubrir que la naturaleza tiene leyes generales de comportamiento, las cuales se pueden describir con palabras. Además, está la ventaja de la geometría euclidiana y su influjo en la ingeniería.
Pytheos, el primer ingeniero reconocido en el mundo griego, constructor del Mausoleo de Halicarnaso en 352 a.C., combinó allí tres elementos: el pedestal elevado de la columna, el templo griego y el túmulo funerario egipcio. Además, fue el primero que entrenó a sus aprendices en escuelas y escribió tratados para los constructores del futuro. Otros ingenieros importantes fueron Dinócrates, planificador de Alejandría, y Sostratus, quien construyó el famoso faro. Inventos y descubrimientos griegos sobresalientes son los de Arquímedes y los de Cresibius, antecesor de Herón, el inventor de la turbina de vapor.
Los mejores ingenieros de la antigüedad fueron los romanos, quienes tomaron ideas de los países conquistados para usarlas en la guerra y las obras públicas. Aunque muchas veces carecieron de originalidad de pensamiento, los ingenieros romanos fueron superiores en la aplicación de las técnicas, entre las cuales son notables los puentes que usaron en vías y acueductos. “Pontífice”, la palabra que designaba a los ingenieros constructores de puentes, tomó una denotación tan importante que en tiempos de los romanos vino a significar el magistrado sacerdotal que organizaba y presidía el culto a los dioses y con esa acepción se utiliza el término en la actualidad. Esta anotación semántica sólo para insistir en el contenido sacro de las actividades ingenieriles. Además de los notables puentes de los acueductos, visibles en Europa y Asia (por ejemplo, el de Segovia y el Pont du Gard, cerca de Nimes, con 50 m de altura y 300 de largo), se destacan las vías imperiales como la Via Appia y la Via Flaminia, que atraviesan Italia longitudinalmente. En la cumbre del poder romano la red de carreteras cubría 290.000 km desde Escocia hasta Persia. Las principales ciudades del imperio romano gozaban de sistemas de drenaje y suministro de agua, calefacción, calles pavimentadas, mercados de carne y pescado, baños públicos y otras facilidades municipales comparables a las actuales. La aplicación de la ingeniería en las artes militares y en los problemas de navegación, adecuación de puertos y bahías implicó, como en los otros casos, el uso de máquinas, materiales y procesos, que hablan del grado de desarrollo de la ingeniería romana, de la cual quedó fundamentación escrita en tratados como el de Vitruvio (De Architectura).
Cuando el poder se desplazó de Roma a Bizancio en el siglo VI d.C. la ingeniería romana se adaptó a nuevas exigencias y surgieron nuevas formas de construcción. En esto los bizantinos superaron a egipcios, griegos y romanos. Desarrollaron el principio del arco y lo utilizaron en un domo soportado en las esquinas de una torre cuadrada, la diagonal de la cual era igual al diámetro de la base del domo (por ejemplo, la catedral de Santa Sofía).
La Ingeniería en la Edad Media
Después de la caída de Roma, el conocimiento científico se dispersó entre pequeños grupos, principalmente bajo el control de órdenes religiosas. En el Oriente, empezó un despertar de la tecnología entre los árabes, pero se hizo muy poco esfuerzo organizado para realizar trabajo científico. Por el contrario, fue un período en el cual individuos aislados hicieron nuevos descubrimientos y redescubrieron hechos científicos previamente conocidos.
Alrededor del año 200 d.C. se construyó un ingenio, una invención, que era una especie de catapulta usada en el ataque de las murallas de defensa de las ciudades; al operador del ingenium se le denominó ingeniator, origen de la palabra ingeniero.
El primordial avance del hombre durante la Edad Media no fueron las catedrales, la épica o la escolástica; fue la construcción de una civilización compleja que no se basó en los esclavos o peones sino primordialmente en máquinas. La revolución medieval de la fuerza y la potencia es uno de los desarrollos más importantes siendo un estímulo para este desarrollo la decadencia de la esclavitud y el despliegue del cristianismo. Las principales fuentes de potencia fueron el empuje del agua, el viento y el caballo, concretados en las ruedas y turbinas hidráulicas, los molinos de viento y las velas, las carretas y los carruajes. Además, se hicieron otros avances técnicos como el uso del carbón de leña y el soplo de aire para fundir el hierro eficientemente, la introducción del papel de China y la pólvora por los árabes, así como las ciencias de la química y la óptica que ellos desarrollaron. El uso del papel, la invención de la imprenta y la brújula, junto con las posibilidades de navegación, contribuyeron a la dispersión del conocimiento.
El cristianismo hizo desarrollar la construcción en expresiones tan maravillosas y sacras como las catedrales góticas y el Islam las construcciones y mezquitas de los moros. Los arquitectos-ingenieros medievales elevaron la técnica de la construcción, en la forma del arco gótico y los arbotantes, hasta alturas desconocidas por los romanos.
El ‘Cuaderno de notas’ con bosquejos (c. 1230) del arquitecto-ingeniero francés Villard de Honnecourt (1200-1250) (Figura 71) revela un amplio conocimiento de las matemáticas, la geometría, las ciencias naturales y la artesanía durante la Edad Media. De esos tiempos data el reloj mecánico, que iría a influir tan marcadamente en la civilización moderna. En Asia la ingeniería también avanzó con complejas técnicas de construcción, hidráulica y metalurgia, que ayudaron a crear civilizaciones como la del imperio Mongol, cuyas grandes y bellas ciudades impresionaron a Marco Polo en el siglo XIII.
Figura 71. Bosquejos del ‘Cuaderno de notas’ de viajes de Villard de Honnecourt (c. 1230) |
El arquitecto-ingeniero-maestro constructor en la Edad Media
El magister murii aprendía los conocimientos geométricos necesarios para trazar el proyecto de un edificio partiendo de tres elementos: la “justa medida”, la escuadra y el compás. El maestro de obras medieval podía erigir una iglesia sin un proyecto previo con la sola ayuda de tales instrumentos. Tal “secreto” se mantuvo durante muchos siglos a pesar de algunas “divulgaciones” más o menos parciales. En el siglo XIII aparecen trabajos en lenguas vernáculas, como la anónima Pratike Geometrie en dialecto picardo, el de Sainte Geneviève o el Cuaderno de notas de Villard de Honnecourt. Ciertos dibujos técnicos del Cuaderno de Villard de Honnecourt desvelan algunos secretos del oficio relativos a construcciones elementales de geometría. Pero ya a finales del XV y durante el XVI aparecen una serie de tratados que divulgan los “secretos del oficio”. Es el caso de Hans Schmuttermayer (1498), Lorenz Lechler (1516), Wolfgang Rixner (1445–1515), Jacob Strommer (1561–1614) o Rodrigo Gil de Hontañón (1500-1577). Merece especial atención la Geometria Deutsch (1486) del maestro Mattäus Roriczer. En ella se explican las operaciones de geometría necesarias para la construcción de un edificio al modo tradicional, es decir, con solo la regla y el compás. Por ejemplo, explica cómo:
- determinar dos rectas perpendiculares entre sí;
- trazado de un pentágono regular;
- trazado de un heptágono regular;
- trazado de un octógono regular;
- cálculo gráfico del desarrollo de una circunferencia;
- determinar el centro de un arco, y
- obtener un triángulo de área igual a la de un cuadrado dado o viceversa, etc.
A partir de una “medida cierta” dada, un experto maestro constructor había de desarrollar todas las demás magnitudes de la planta y del alzado por medios estrictamente geométricos. El conocimiento de esta forma de determinar las proporciones se consideraba tan esencial que las logias medievales lo guardaban como un secreto profesional. El citado Roriczer también divulgó parte de la técnica de “cómo sacar de la planta el alzado” de todo el edificio mediante un único cuadrado “conforme a la medida cierta”. En efecto, un cuadrado puede servir para generar rectángulos al trazar la diagonal de medio cuadrado (la sección áurea) o también la diagonal de un cuadrado completo. Estas proporciones, tan fáciles de conseguir y de recordar, eran frecuentemente utilizadas para fijar las dimensiones y proporciones de diferentes partes del edificio, incluidos los pináculos a partir de un cuadrado inicial en el que se inscriben otros cuadrados con sus vértices situados en los centros de los lados del anterior. La predilección medieval por la proporción conforme a la “medida cierta” (usualmente el rectángulo 1:√2) fue heredada de Vitrubio (VI, 3; IX, prefacio, 2 y ss.), el cual se remonta a Platón (Menón, 82 y ss.) para “sacar de la planta el alzado” según la “medida cierta”. A este sistema se refiere probablemente Beda el Venerable cuando, en su Vita sanctorum abbatium monasterio in Wiramutha et Girvum (La vida de la santa abadía en el monasterio de Wiramutha y Girvum, del primer cuarto del siglo VIII) comenta que su maestro, Benito Biscop, tuvo que ir a la Galia para encontrar artesanos que construyeran su iglesia “a la manera de los romanos”. En las láminas de Villard de Honnecourt (siglo XIII) también se enseña a partir en dos el cuadrado con el fin de determinar las proporciones “ciertas” de una construcción, en este caso la planta de un claustro.
En 1268 Etiénne Boileau, en su Livre des Métiers (Libro de los Oficios), prevenía a los maestros respecto a los obreros no cualificados a fin de “que no muestren a ninguno de ellos ningún punto del oficio”. Y el punto tercero del manuscrito Regius, datado en 1390, ordenaba al aprendiz “conservar y guardar el consejo de su maestro y el de sus compañeros y no decir a ninguno nada de lo que haya visto u oído en la logia… a me-nos que quiera traer la culpa a sí mismo y la vergüenza a su oficio”. Por su parte, una asamblea de Corporaciones de canteros centroeuropeos celebrada en Ratisbona (Regensburg) había autorizado a poner en marcha el Hüttenfürdrung, un sistema de ingreso y promoción profesional que comprendía los grados de aprendiz, oficial y maestro. Para aprobar el Fürdrung, el oficial había de demostrar que poseía la ciencia necesaria para proyectar el alzado de un edificio. Las Ordenanzas de Estrasburgo de 1459 especifican que un maestro constructor tenía que ser capaz de hacer la elevación a partir del plano, es decir, proyectar las tres dimensiones de un edificio partiendo de un segmento unidimensional. El artículo 13 de dichas Ordenanzas preceptúa que “ningún obrero, maestro, portavoz ni jornalero podrá enseñar a quienquiera que no sea de nuestro oficio y no haya hecho jamás trabajos de albañil, cómo efectuar el levantamiento de un plano”. Las ordenanzas o estatutos de numerosas corporaciones de oficios, muestran que éste fue el método tradicional de acceso a la maestría y que tales conocimientos eran paulatinamente enseñados por el maestro al oficial o al aprendiz dentro de la “logia”.
A lo largo de los siglos XIV y XV las corporaciones artesanales europeas establecen y consolidan los medios de acceso y promoción profesional mediante un sistema sometido a autorregulación estatutaria que viene a reservar a los más cualificados, los maestros, el acceso a los conocimientos geométricos más complejos para la construcción de edificios.
Alberto Durero (1471-1528), principal representante del renacimiento alemán, realizaba sus viajes de estudios por Italia, en una época en la que los oficios de la construcción seguían regidos por el secreto y la transmisión oral del conocimiento (regla del silencio invocada en el estatuto que los canteros reunidos en Ratisbona aprobaban en 1459). A pesar de las innovaciones de los artesanos renacentistas, todos ellos trataban de integrar todo descubrimiento dentro de una tradición secular y prestigiosa que les emparentaba con Platón, Euclides, Vitruvio, etc. Al igual que Roritzer, Durero, por ejemplo, en su obra Underweysung (Instrucción) utiliza expresiones del vocabulario corporativo medieval tales como “extrae el alzado de la planta” (aus dem grund ziehem) y construye formas “según la justa medida” (das rechte Mass). Y para los conceptos matemáticos abstractos se sirvió de las expresiones gráficas que venían usando los artesanos de generación en generación, por ejemplo: Fischblase (vejiga de pez) y der neue Monds-chein (media luna) para la intersección de dos circunferencias, Eberzähne (dientes de jabalí) para los ángulos formados por arcos de circunferencia, Ortstrich (trazo de esquina) para la diagonal, y acuñó términos nuevos sobre principios similares, por ejemplo Gabellinie (línea de horca) para la hipérbola, Brennlinie (línea ardiente) para la parábola, Schneckenlinie (línea de caracol) para la espiral, etc.
La era del ingeniero
Aunque la arquitectura defensiva es una de las más primitivas, es difícil determinar cuándo comenzó a ser objeto de teorías o se produjeron las primeras referencias a ella en obras escritas, en especial por la desaparición de muchos textos clásicos; posiblemente, el tratado más antiguo dedicado por completo a este tema y conocido en la actualidad es De Re Militari, el tratado sobre el arte militar de Vegecio (Flavius Vegetius Renatus) (Figura 72), ingeniero y escritor latino que vivió entre los siglos IV y V d.C. El desarrollo de los elementos propios de la arquitectura militar se encontraba tan estrechamente ligado al del urbanismo y al de la construcción de las ciudades que puede estimarse que el texto de Vitruvio, De Architectura del siglo I a.C. y considerado el tratado de arquitectura más antiguo que ha sobrevivido, es también la primera obra escrita que alude a esta materia, si bien lo hace apenas de forma tangencial en la descripción que contiene de la ciudad ideal. En el Renacimiento, Vitruvio fue redescubierto y su tratado se convirtió en un documento muy importante para teóricos y arquitectos, muchos de los cuales realizaron incluso planos interpretativos de su ciudad ideal; algunos de ellos siguieron fielmente las indicaciones de Vitruvio y otros adaptaron las ideas de éste a los conocimientos o tendencias de la época, dando lugar a varios modelos de ciudades muy diferentes entre sí pero conservando ciertas similitudes, como la forma circular u ovalada, el perímetro amurallado y la trama radial. Este prototipo se ajustaba perfectamente a los requisitos de las nuevas fortificaciones planteadas en los siglos XVI y posteriores, extendiéndose por lo tanto la influencia del modelo vitruviano a los tratados militares, como el del español Cristóbal de Rojas: el nuevo tipo de fortificación, desarrollado únicamente a partir de premisas técnicas, reducía notablemente sus dimensiones, acercándose a las de una ciudadela, con un trazado radiocéntrico cuya plaza central se convertía en plaza de armas y unas vías radiales que posibilitaban las comunicaciones, pero que además debían permitir fácilmente su defensa desde el centro de la trama.
Figura 72. Portada e imágenes del tratado De Re Militari de Vegecio (c. 300-500). Edición de 1532 |
En Las Anábasis de Alejandro el Magno el historiador griego del siglo II Flavio Arriano explica las funciones que tuvo la figura del ingeniero en la descripción de los territorios de Asia que iban siendo recorridos por el emperador. Posteriormente, mientras duró el Imperio Romano, y con el constante desarrollo de las máquinas de guerra, la defensa de las ciudades y campamentos se fue convirtiendo en una actividad imprescindible para la perduración y expansión del Imperio, perfeccionando la técnica y la construcción y determinó la importancia de los ingenieros en la realización de planos y la ejecución de importantes obras civiles romanas.
En el medioevo las fortalezas y las murallas evolucionaron lentamente en respuesta a la necesidad impuesta, a los medios de construcción disponibles y a las particularidades del sitio a proteger; algunos planos de ciudades ideales realizados durante este periodo ya anticipaban algunas formas y características desarrolladas luego durante el Renacimiento. El desarrollo de la artillería, utilizada desde el siglo XIV y generalizada en los siglos XV y XVI, había convertido en obsoletos los viejos castillos y murallas protectoras, pensados para resistir ataques con armas más rudimentarias y que requerían, por lo tanto, una resistencia menor. Pronto serían sustituidos por los fuertes abaluartados, pensados para frenar a la nueva maquinaria de guerra predominando el carácter defensivo de la fortificación, intentando alejar lo más posible el frente de batalla, con muros de menor altura, pero mucho más resistentes a los impactos gracias a su mayor espesor y más fáciles de vigilar por sus formas, que serían sometidas a un constante análisis y que se irían perfeccionando desde ese momento. Al comienzo de esta transformación en el siglo XV, hubo algunas innovaciones espontáneas y experimentales, pero en el siglo XVI la ciencia y los conocimientos técnicos se pondrían al servicio de la arquitectura militar, y ésta sería objeto en sí misma de estudio y discusión, llegando a convertirse en el tema central de diversos tratados especializados; entonces la ingeniería militar se evolucionó en una ciencia casi exacta que hizo que pronto se desligara de muchos condicionantes estéticos y simbólicos que en otros modelos arquitectónicos eran parámetros esenciales, por lo que el diseño sería el impulso renovador, inicialmente paralelo a la arquitectura, debido a su estrecha relación con otras materias, especialmente la del urbanismo, por lo que se produjeron numerosos acercamientos al mismo asunto desde distintos puntos de vista (histórico, político, funcional, literario o defensivo). Posteriormente, con la especialización de los ingenieros militares, la idea de la fortificación perfecta llega a sustituir por completo a la de la ciudad ideal (Figura 73), y sus premisas serían, en el caso de la fundación de nuevas ciudades, las únicas a seguir, convirtiéndose en la primera arquitectura funcionalista.
Figura 73. Palmanova, Italia. Ejemplo de fortificación perfecta – ciudad ideal |
Italia fue el país en el que la ingeniería militar alcanzó un mayor auge en esta época, extendiéndose con posterioridad a Francia, España y los países bajos. En Alemania se desarrollaron importantes teorías y modelos que tendrían igualmente una notable influencia en el extranjero; allí se optó por una línea continuista, que abogaba por la adaptación de los antiguos modelos a las nuevas necesidades mediante la adición de refuerzos y otros elementos, mientras que los italianos revolucionaron el arte militar estableciendo nuevos conceptos nacidos de los requisitos impuestos por los recientes avances de la armamentística. En Alemania el tratado de Alberto Durero publicado en Nuremberg en 1527, dividido en cuatro lecciones, sienta las bases para la defensa de grandes ciudades, tanto nuevas como de antigua fundación, precisando con detalle el lugar idóneo para su emplazamiento, su distribución interior, el modo de construir cada parte de la fortaleza e incluso ofreciendo especificaciones sobre la resistencia de cada una de ellas. Durero intentaba recuperar así el equilibrio que existía en las viejas fortificaciones entre defensa y ataque, añadiendo o acondicionando las partes de la fortificación para la instalación de la artillería y mosquetería. Otros ingenieros alemanes continuaron en esta línea, muy decisiva en esos tiempos en la arquitectura militar española; más tarde, el imparable avance de las nuevas teorías italianas daría la primacía a éstas sobre las de los demás, aunque en Centroeuropa se seguiría desarrollando cierta actividad tratadística en la segunda mitad del XVI animados quizás por la agitada situación de dichos territorios, y muestra de ello es otro de los ejemplares expuestos en esta muestra, el tratado Poliorceticoon sive De machinis Tormentis. Telis. Libri Quinque: Ad Historiarum lucem, escrito en latín por Justus Lipsius (1547-1606), humanista y filólogo belga, publicado en Amberes en 1599, en donde el autor da especial protagonismo a la artillería y la maquinaria bélica, y aun cuando incluye una parte relativa las ciudades, aborda el tema desde el punto de vista de la estrategia (Figura 74).
Figura 74. Portada e imágenes del tratado Poliorceticoon sive De machinis Tormentis. Telis. Libri Quinque: Ad Historiarum lucem de Justus Lipsius (Amberes 1599) |
En Italia aparecieron los primeros tratados que abordaron el tema; por ejemplo, Nicolás Maquiavelo desarrolla varias opiniones sobre estrategia e intervenciones militares entre las materias discutidas en El Príncipe. En cuanto a los tratados de Arquitectura, uno de los más importantes es el de Pietro Cataneo en 1554, titulado I Quatro Primi Libri di Architettura; en su Libro Tercero, el autor describió e ilustró con precisión una serie de ciudades fortificadas de planta poligonal, con variaciones que iban desde los tres lados hasta los doce y en las que primaban los aspectos urbanos del conjunto (Figura 75), con una cuadrícula ortogonal en el interior ajena casi por completo a la forma de su perímetro, una plaza de armas central y otros espacios abiertos dispersos en la trama. Ya dentro de la tratadística especializada, las bases serían establecidas por los teóricos Maggi y Castriotto, autores en 1564 de Della fortificazione delle citá y, más tarde, De Marchi, considerado el más completo de los tratadistas militares del siglo XVI, quien recopiló un gran número de planos de ciudades fortificadas, compendio que resultaría de mucha utilidad a expertos y estudiosos del tema al permitir la comparación de todos estos ejemplos. En su tratado Della Architettura militare, De Marchi da protagonismo al perímetro defensivo y sus requisitos sobre todos los demás elementos de la ciudad y apenas se detiene en la estructura interior para comentar sus propiedades defensivas. A lo largo del siglo XVI, y especialmente en su segunda mitad, se produciría una intensa actividad tratadística en Italia, donde destacan Zanchi, Lanteri, Scamozzi, Francesco di Giorgio, Tetti, Filarete o Francesco Laparelli, aportando cada uno de ellos nuevas visiones y modelos al debate internacional sobre la fortificación perfecta.
Figura 75. Variaciones de ciudades fortificadas poligonales de Pietro Cataneo (1554) |
Las realizaciones que se llevaron a cabo en Italia, tanto teóricas como reales, pronto se convirtieron en modelos a imitar para las naciones cercanas, por lo que sus ingenieros ocuparon puestos de gran importancia en las cortes extranjeras hasta que cada una de ellas fue capaz de formar a sus propios técnicos. Así sucedió especialmente en España, cuyos monarcas tuvieron en el siglo XVI una gran necesidad de estos profesionales para acometer las numerosas obras que se requerían en sus territorios a ambos lados del Atlántico, sobre todo en las zonas costeras. El caso de Cristóbal de Rojas constituiría por lo tanto una excepción, al tratarse de uno de los pocos ingenieros españoles al servicio de Felipe II. Este hecho, unido a la agitada actividad militar que entonces se desarrollaba en Europa y que cada vez más precisaba de profesionales cualificados, fueron los principales motivos por los que en diversos países comenzaron a surgir instituciones destinadas a la formación de sus propios ingenieros, lo que además permitiría a la larga la aparición de ideas, publicaciones y modelos propios. Esta idea se empieza a plantear en España en la segunda mitad del siglo XVI, cuando la carencia de técnicos autóctonos es más evidente: el artífice de la primera Academia de Matemáticas española fue Juan de Herrera, que convenció a Felipe II para que la fundara en 1582 y que en 1584 publicó un documento titulado Institucion de la Academia Real Mathematica en el que recogía los objetivos marcados para dicha entidad y las lecturas recomendadas para los alumnos. La Academia permitió el ingreso a cualquier estudioso de las materias relacionadas con las artes, las ciencias y las técnicas, aunque las correspondientes a unos y otros variaban, primando la Geometría de Euclides sobre todas las demás entre las impartidas a los profesionales relacionados con la construcción. En un intento de institucionalizar las ramas técnicas, aquéllos que desearan un título y desempeñar alguna de estas profesiones debían pasar un examen al finalizar sus estudios, no obligatorio para los que sólo asistían con el deseo de instruirse. Las materias relacionadas con la Artillería y la Fortificación comenzaron a enseñarse en 1595, al incorporarse a la Academia el ingeniero milanés Giuliano Ferrofino, y durante un periodo de tiempo el responsable de Fortificación fue el propio Cristóbal de Rojas. Desgraciadamente, el funcionamiento de la Academia fue breve e irregular debido a la falta de catedráticos y otras dificultades, paralizándose por completo en 1607; no se reanudaría de nuevo hasta poco después, cuando el doctor Andrés García de Céspedes, Cosmógrafo Mayor de Indias, aceptó la Cátedra.
Durante la actividad de a fines del siglo XVI se llevaron a cabo las primeras publicaciones en España, especializadas en fortificaciones; la obra de Rojas se considera el primer tratado publicado aun cuando previamente, otros autores dejaron manuscritos, como el caso del comendador Pedro Luis Scriba, quien trabajó al servicio de la corona española en Nápoles a finales del siglo XV, realizando allí diversas obras defensivas como la ciudadela de Aquila o el castillo de San Telmo; al parecer Scriba fue el primer español que escribió sobre arquitectura militar, dejando entre otros textos un manuscrito en el que explica, en forma de diálogo, las fábricas que se realizaron en el castillo de San Telmo, así como una traducción libre de la obra del italiano Tartaglia titulada Arquitectura de Fortificación. En 1599 aparece el Examen de fortificacion, que haze un Principe a un ingeniero, para poner en defensa sus estados, de Diego González de Medina Barba, un pequeño y rudimentario tratado, con exquisitos grabados en madera en los que apenas se incluían explicaciones aparte de la escala (Figura 76). El tomo no tiene índice ni portada, aunque sí una tabla al final del mismo en el que se enumeran los temas considerados. Simulando un diálogo entre un príncipe y un ingeniero, se enlazan los temas sin agruparlos por capítulos o apartados, un formato que comparte con uno de los manuscritos de Scriba y con el primer tratado de arquitectura escrito en español, la obra Medidas del Romano de Diego de Sagredo. En cuanto a las materias concretas, no contiene tanta geometría ni matemáticas, abordando directamente aspectos constructivos y de diseño.
Figura 76. Portada e imágenes del tratado Examen de fortificación de González de Medina Barba (España 1599) |
En el siglo XVII la actividad intelectual se reduciría notablemente y la evolución de las fortificaciones se hizo más lenta; hubo avances en la organización de los ingenieros en cada país, apareciendo nuevas instituciones docentes y vertebradoras tales como el Dépôt de la Guerre, creado en 1668 bajo el mandato de Luis XVI para estructurar las diferentes ramas de ingenieros que había entonces en Francia, o el Cuerpo de Ingenieros Militares, fundado en 1691 en el mismo lugar. Aunque en esta centuria no hubo un número tan grande de teóricos sobre arquitectura militar, sí existió en el país galo una figura de gran relevancia, cuya influencia se extendió, además, hasta el siglo XIX: se trata de Sébastien Le Prestre, marqués de Vauban, nacido en 1633 y responsable de un cambio de mentalidad en la ingeniería militar que conllevaría a que el pensamiento italiano perdiera definitivamente su supremacía en favor de los profesionales franceses. Vauban, cuyo nombre se seguiría empleando más tarde para definir el tipo de fortificación construida según sus premisas, dejó una extensa obra teórica y práctica en la que reflejó su experiencia en diversas campañas. Su trabajo fue amplio y heterogéneo gracias a la reorganización de las estructuras militares dirigida por el ministro de guerra Louvois, protector de Vauban, quien le permitió renovar y construir de nueva planta un gran número de fortalezas y recintos, entre los que destacan los de Neuf Brisach, Lille o St. Servan (Figura 77); en cada uno de ellos Vauban aplicaba soluciones adaptadas al caso y derivadas de su experiencia en los asedios, por lo que su obra se configura en sí misma como una serie evolutiva que más tarde continuaría enriqueciéndose con la de sus seguidores y de la que no se pueden extraer reglas concretas o generales. Entre sus obras escritas, sobresalen los tratados Instructions pour la défense, Traité de l’attaque des places y De la Défense des Places. Otros teóricos del siglo XVII serían Fournier, De Ville o Manesson Mallet, en Francia, y Josep Zaragoza y Fernández de Medrano en España, si bien ninguna de estas figuras alcanzaría la importancia de Vauban.
Figura 77. Neuf-Brisach, por Sébastien Le Prestre de Vauban |
En el siglo XVIII, y siguiendo el camino iniciado por Vauban, de nuevo se produciría un auge de la tratadística militar tanto en Francia como en otros países europeos; de los franceses destaca el Traité de l’Architecture Militaire de Bardet, de 1741, un pequeño tratado con un texto claro y abundancia de tablas con ilustraciones de bastante calidad concentradas al final del volumen. Se divide en cinco capítulos agrupados en tres partes, en las que la estrategia adquiere un protagonismo especial en detrimento de los aspectos técnicos de las fortificaciones: la primera, con un capítulo único, versa sobre las funciones de los diferentes organismos militares (regimientos, caballería...); la segunda, también unicapitular, lo hace sobre táctica militar, y la última, organizada en tres capítulos, agrupa nociones de geometría, arquitectura general y arquitectura militar, donde desarrolla lo concerniente a las fortificaciones.
En Inglaterra fue publicado en 1756 el libro Tratado de fortificación, o arte de construir los edificios militares y civiles, de John Muller, traducido y publicado en España por D. Miguel Sánchez Taramas en 1796 (Figura 78); un pequeño tratado en dos tomos en los que priman los contenidos constructivos y en los que, a pesar de su no muy extenso tamaño, se incluyó abundante información gráfica, representada en grabados desplegables de mucha calidad; éstos abarcan gran cantidad de temas, bastantes de los cuales son propios de la edición española, ya que, como se anuncia en la portada, el traductor incluyó una adición sobre canales de navegación. El primer tomo se divide en tres partes: la primera está dedicada a la construcción de muros, arcos y maderas, la segunda a diversos materiales y la tercera a varios tipos de arquitectura civil (fortalezas, plazas, puentes...), en un total de veinticuatro capítulos en los que resulta evidente la influencia de Vauban, de cuya obra Muller era un gran conocedor. En el tomo segundo, la cuarta parte abarca diversos tipos de obras civiles, entre las que se encuentra un apartado dedicado al puente del Jarama, en Aranjuez.
Figura 78. Portada y tablas para muros en Tratado de fortificación, o arte de construir … de John Muller, traducido por Sánchez Taramas (España 1796) |
El siglo XVIII marcó en España un nuevo resurgir de las publicaciones sobre ingeniería militar, apareciendo un notable conjunto de nuevos teóricos entre los que se encuentran Puga y Rojas o Tomás Vicente Tosca, cuya obra supuso un retorno al tipo de tratado que se había iniciado en el siglo XVI, donde la arquitectura civil y militar se encontraba asociada al estudio de las matemáticas y otras ciencias; así, el libro, dividido en varios tomos, destina una extensa parte al estudio de la geometría con abundante información gráfica, dedicando a las fortificaciones el tomo V, en el que ofrece algunas soluciones de ciudad fortificada. Tosca propone de nuevo fortalezas de perímetro pentagonal o hexagonal con una trama radial, aportando un estudio detallado del trazado y las proporciones correctas.
Con la independencia de las Provincias Unidas tras Westfalia y el surgimiento de Francia como nueva gran potencia militar desde 1659, surgieron dos maestros de la guerra de asedio y la fortaleza abaluartada en las figuras del holandés Menno van Coehoorn y del francés Sébastien Le Prestre de Vauban. El primero destacó en los asedios de Namur, como teórico y como ingeniero, por ejemplo, en la remodelación de Bergen op Zoom (Figura 79). El segundo, como se indicó atrás, fue la figura de la época y la consumación del arte defensivo (militar, teórico e ingeniero) como paradigma marcial de la Edad Moderna. Sus numerosas creaciones abaluartadas, más complejas y basadas en tres sistemas sucesivos con obras exteriores (como el revellín y el hornabeque), pueblan y defienden gran parte de la geografía de Francia.
La separación de la profesión de arquitecto e ingeniero puede datarse a finales de la Edad Media, que culminó en 1492 cuando Cristóbal Colón descubrió las Américas. Un acontecimiento de una magnitud un poco menor puso fin a la era del Maestro de Obras o Maestro Constructor, quien era arquitecto e ingeniero a la vez. En 1794 se fundó en París l’école polytechnique, seguida de l’École des Beaux-Arts. A partir de esa fecha se hizo realidad la división formal entre las artes y la tecnología. Surgieron dos formaciones independientes para arquitectos e ingenieros y otras universidades de Europa siguieron este ejemplo.
Figura 79. Bergen op Zoom tras las reformas de Van Coehoorn |
Continúa en el Libro VI …
Comentarios
Publicar un comentario
Bienvenidos, agradezco sus comentarios ...